DeniseDresserG
La democracia consiste en partidos que pierden elecciones. Así de simple, así de sencillo y como lo ha argumentado sin cesar Adam Przeworski. En cada contienda debe haber una fuerza que celebra su victoria y otra que acepta su derrota; un ganador y un perdedor. Para ello deben cumplirse diversas condiciones, incluyendo un terreno nivelado de juego y un árbitro imparcial. Con esa meta en mente, la izquierda, la sociedad civil, activistas y políticos como Porfirio Muñoz Ledo pelearon durante más de una década para remodelar el IFE, ahora INE. Aquel objetivo de los noventa es el mismo que hoy: garantizar condiciones equitativas para la contienda, impedir que los partidos se salten las trancas, permitir la alternancia e impedir que el partido en el poder utilice al aparato del Estado en su favor. Durante algunos años el árbitro cumplió con su papel y luego --con el paso del tiempo y el sabotaje del PRIAN-- fue perdiendo credibilidad. Ahora se abre la oportunidad de relegitimarlo, pero parecería que John Ackerman y muchos en Morena no quieren mejorar al INE, sino acabar con él.
Solo así se explican los exabruptos, las mentiras y el boicot a un proceso consensado que Ackerman encabeza. Solo así se entiende que el PT y Morena se sumen a la causa de tronar lo que ha sido un ejercicio ejemplar. Actualmente se trata de corregir cómo se selecciona a los consejeros electorales, a la luz de los procesos partidizados del pasado. Desde el 2003, cuando Elba Esther Gordillo y Germán Martínez se repartieron el Consejo General del IFE, excluyendo al PRD, la reputación del árbitro sufrió. En ese momento, como lo argumenta Mauricio Merino en “El futuro que no tuvimos”, la transición democrática se truncó. Los consensos fueron sustituidos por el reparto partidista, por la lógica de cuotas y cuates, por la elección del 2006 en la cual debió haberse dado un recuento de todos los votos para devolverle la confianza minada a la autoridad electoral. En los últimos quince años vimos a un IFE-INE que solo a veces cumplió con su papel de garante imparcial, que solo a ratos denunció el financiamiento ilegal, que solo en ocasiones sancionó las irregularidades.
En la coyuntura actual, se vuelve posible componer lo que se echó a perder. Recuperar a un INE autónomo y apartidista con la creación de un Comité Técnico de Evaluación de los candidatos, conformado por personas prestigiadas y profesionales. Por eso el proceso riguroso de auscultación y selección de quintetas con los mejores perfiles, los mejores candidatos. Por eso las entrevistas, evaluaciones, exámenes y ponderaciones. En todo momento se buscó el consenso, o incluso la unanimidad.
Nadie quería ver una repetición de los pleitos del pasado; nadie quería permitir la reedición de la partidización. Y de pronto, John Ackerman lanzó una granada de mano, echó una bomba molotov. Descalificó, mintió, tergiversó. Buscó dinamitar un proceso impoluto que proveía motivos para celebrar y lo hizo porque su candidata no quedó. Recurrió --como es su costumbre-- a las malas artes y los conflictos y las trampas y la polarización. Como bien señaló Ana Laura Magaloni, “no supo perder”.
Y en la democracia se gana y se pierde. En los órganos colegiados hay mayorías que aventajan y minorías que se pliegan. El Comité Técnico cumplió con las reglas y Ackerman decidió desconocerlas cuando el resultado fue desfavorable para el lopezobradorismo. No solo se levantó de la mesa; la pateó. No solo manifestó su descontento con el resultado; lo desconoció. Y al hacerlo reveló quién es y de cuerpo entero. Alguien que se dice demócrata pero lo es selectivamente. Alguien que llama a obedecer la voluntad de las mayorías, pero solo cuando esa voluntad coincide con la suya o la de AMLO.
Porque más allá del empecinamiento personal de un pugilista iliberal, hay un tema de fondo aún más preocupante. Ackerman no se manda solo, y la instrucción de bombardear al INE proviene del Presidente. Desacreditar al árbitro ahora legitima desobedecerlo después. Denigrar a la autoridad electoral en el 2020 hace posible desoírla en el 2021 o el 2024. Ante la posibilidad de una derrota electoral, AMLO y su partido piensan que solo tienen dos opciones: colonizar al INE o dinamitarlo. El molotov morenista que Ackerman acaba de lanzar evidencia la voluntad de destruir, porque no están dispuestos perder.