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@rodolfodiazf
El lenguaje empleado en los discursos políticos se distingue por ser impactante, enjundioso y, en ocasiones, hasta garigoleado. Algunos líderes, candidatos y presidentes pronunciaron célebres mensajes que traspusieron el umbral de la posteridad.
Abraham Lincoln, el 19 de noviembre de 1863, dijo un breve pero emotivo discurso en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados, en la ciudad de Gettysburg.
El 13 de mayo de 1940, el Primer Ministro de Inglaterra, Winston Churchill, llamó a enfrentar las fuerzas de Hitler con estas humildes palabras: “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”.
Al tomar posesión, el Presidente John F. Kennedy, el 20 de enero de 1961, hizo esta exhortación: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país”.
Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963, al pie del monumento a Lincoln dirigió su discurso a la manifestación de personas más impresionante que se haya visto en Washington, en el que improvisó su célebre frase “Yo tengo un sueño”.
El 11 de septiembre de 1973, el Presidente chileno Salvador Allende pronunció su último discurso antes del Golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet: “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Hoy, todo se ha simplificado. El pueblo no quiere complejos ni retóricos discursos, pero tampoco admite trastocar la moral con endebles sofismas de mentir, robar y traicionar.
¿Trastoco la moral?