Editorial
¿Cómo darle un giro a esa moral que prevalece en el País para que la mexicana sea una sociedad mejor? ¿Hasta dónde alcanza un discurso y un proyecto de Constitución Moral para que México empiece a reconstruirse? ¿Cuándo será que lo que hoy está descompuesto toque fondo y sea otra historia la que se cuente?
La moral, a la que apela el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, no será suficiente cuando el sistema de justicia mexicano esté rebasado por todas las inequidades en la que se ha fundado el País.
Y hoy, una de ellas, es la fragilidad en la que se encuentran las mujeres. Fátima, Ingrid, Karol Nahomi o Yaquelín, por mencionar las más recientes, han sido víctimas de la violencia y también de la falta de justicia en el País.
Que más del 90 por ciento de los delitos sigan sin ser castigados en México debiera ser algo que preocupara a todos, pero lo que preocupa a quienes deciden son otras muchas cosas más, menos la de garantizar la justicia.
Y es en esa impunidad donde se fundamenta la facilidad con la que se cometen delitos, y es con base en ella que los ataques a las mujeres, el acoso, las agresiones y el homicidio, se realizan porque saben que si algo tienen garantizado, es una alta probabilidad de no ser castigados.
Por eso, más que la preocupación de que pronto pueda ser aprobada la Constitución Moral, el Presidente de México, los legisladores federales y el Poder Judicial deberían aplicarse a fondo para que la justicia pueda ser encarrilada.
Desde los peritos que investigan los hechos, quienes reciben las denuncias, quienes integran las investigaciones, quienes reúnen las pruebas, quienes los llevan al juez, quien impone las condenas y quienes se encargan de que se cumplan, necesitan reformarse.
Porque hablar de justicia requiere de acciones más allá de lo normal. Requiere de la decisión de aplicar cambios en cómo se persigue y se aplica, sin tantas demoras como hasta hoy ha ocurrido.
Sí, México necesita de cambios, pero estos van más allá de la moral.