@DeniseDresserG
El 8 de marzo, vestida de morado y con una pañoleta verde al cuello, marcharé con mis alumnas, con mis amigas, con mis colegas, con miles de mujeres.
Caminaré orgullosa. Caminaré desafiante. Caminaré con el puño en alto y para que mi voz sea escuchada en el ámbito público.
Y no lo haré porque haya una “mano negra” que me mueve, o un partido de derecha que me manipule, o una consigna que me motive a golpear al gobierno o sabotear a la llamada 4T. Estaré ahí porque a las mujeres de mi país las están matando, violentando, violando, humillando, ignorando. Su dolor, que es el nuestro, merece ser reconocido y dignificado.
Como escribe Mary Beard en Mujeres y poder, las mujeres históricamente han pagado un precio muy alto para ser escuchadas. Telémaco ordenó a Penélope callarse porque “hablar es tema de hombres, de todos los hombres, y mío más que nada; porque mío es el poder en esta casa”.
A diario, en Twitter, en la mañanera, en los foros, en la calle, en las oficinas, en el discurso político nos mandan el mismo mensaje: las mujeres debemos ser modestas, recatadas, morales. No tenemos autorización para hablar por nosotras mismas o por la víctimas del feminicidio o la violencia.
El Presidente, los partidos, muchos hombres e incluso algunas mujeres buscan domesticarnos. Silenciarnos. Gasearnos. Darnos instrucciones sobre cómo y cuándo es legítimo expresar el enojo, encarnar la rabia, pintar monumentos. A quién darle espacio y a quién negárselo.
Marcharé porque tengo derecho a estar ahí, remontando prejuicios, cuestionando omisiones. Rebelde, sí. Subversiva, sí. Disruptiva, también, ante la mutilación y la muerte.
Para que los miembros del Estado mexicano escuchen, empaticen, reaccionen, diseñen mejores políticas públicas, encaren la violencia en vez de desdeñarla o politizarla. Para que los conservadores de todos los partidos comprendan que cuando una mujer controla su fertilidad controla su futuro. Para que los policías y los ministerios públicos y los jueces y los periodistas y los esposos y los padres aprendan lo que es mirar al mundo a través de una perspectiva de género. Para que los hombres que no entienden, comiencen a ver los apuntalamientos culturales de la misoginia y el machismo. Para que los gritos femeninos no sean señal de histeria sino una forma de hacer historia.
Y el 9 de marzo me uniré al Paro Nacional de Mujeres. Como ha dicho Carmen Aristegui, “no cuenten conmigo”. No iré a la radio, ni debatiré en la televisión, ni daré clases, ni tuitearé, ni compraré, ni escribiré.
Mi ausencia será mi presencia.
Le recordaré a mi hija que la vida es una cuerda floja o una cama de plumas, y ella fue educada para ser una gran trapecista.
Le recalcaré a mis hijos que su masculinidad debe estar definida por cómo tratan a toda mujer, en todo momento.
Le agradeceré a mi madre que me haya criado para cuestionar y provocar y luchar y comprender que no puedes dejar huella si caminas siempre de puntitas.
Recomendaré y distribuiré No Son Micro Machismos Cotidianos de Claudia de la Garza y Eréndira Derbez; una pedagogía del machismo como visión de mundo -plasmado en roles, conductas, formas de expresión- que abarca a las “tiranías y violencias de baja intensidad”; a los engranajes de complicidad que protegen a violadores y a asesinos.
Veré películas dirigidas por mujeres, leeré poesía escrita por mujeres, contemplaré el arte colgado en mis paredes, hecho por mujeres. Las que han roto reglas y escapado del rebaño y caminado entre relámpagos y enseñado cómo la vida se expande o se encoge en proporción de la valentía.
Ojalá el 8 de marzo tomemos las calles vestidas de morado, para vivir valerosamente. Y ojalá el 9 de marzo, México amanezca con hospitales sin doctoras, universidades sin profesoras, aviones sin pilotos, laboratorios sin científicas, maquiladoras sin trabajadoras, compañías sin empleadas, hogares sin amas de casa, trastes sin quien los lave.
Es posible otro México que no condene a sus mujeres a la exclusión, al feminicidio, al maltrato. Es imaginable otra forma de educar y de pensar y de actuar.
Rosario Castellanos lo escribió: “Debe haber otro modo (...). Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser”. Ahí, en ese otro lugar, nos encontraremos el 8 y 9 de marzo y todos los días por venir.
Acompañándonos. Marchando y parando para ocupar el lugar que nos corresponde. El de ser humano.