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En un escenario de crisis mundial sanitaria y económica, la lucha por el poder en México no marca diferencias y mantiene su esencia de humana ambición, de su condición de animal político, como afirmaba Aristóteles, el filósofo griego. En medio de un anunciado caos financiero y de resistencia civil frente a la pandemia, inicia la disputa electoral por las elecciones de 2021. Todo parece indicar que no habrá tregua. Así lo hacen ver los adversarios al gobierno de López Obrador, al que le sentencian un país dividido y una prematura caída del proyecto de la Cuarta Transformación. Una oposición que adelanta el proceso electoral con mano dura y al parecer dispuesta a todo.
Quienes sobresalen entre los más férreos opositores al gobierno de AMLO, destacan los partidos y clase política que perdieron las elecciones del 2018, y una gran cantidad de funcionarios, empresarios y proveedores de gobierno que sexenio tras sexenio vivieron privilegios en sueldos, licitaciones y ganancias comerciales. Esta es sin duda una de las más fuertes razones por las que, desde la Oposición, intentan recuperar el poder y los privilegios.
Se estima que esta forma de descomposición el interior de los gobiernos se empezó a manifestar con mucha mayor frecuencia durante los últimos 25 años en los que se fue oficializando un “estilo de vida” o comportamiento en el servicio público, que se fue asentando ante la presencia de una especie de “derecho consuetudinario” en el que los usos y costumbres de trabajar como funcionario de gobierno otorgaba el derecho de obtener beneficios como parte de reglas y complicidades no escritas.
Esta práctica se fue generalizando hasta llegar a convertirse en una actividad cada vez más evidente, común, pública y a veces cínica. Esta nueva forma de ejercer la política rodeo a partidos y candidatos de jóvenes y adultos con las mismas aspiraciones de llegar al Gobierno para resolver sus sórdidas pretensiones. De esta manera se fue envileciendo el quehacer gubernamental, hasta convertirse en una especie de “patrimonio político personal y familiar” de muchos integrantes de la clase política nacional y local. Esta manifiesta forma de deterioro y uso indebido del Gobierno durante todos estos años fue que perdieron la elección los ahora partidos opositores.
Sin embargo, el gobierno de López Obrador continúa a prueba y mientras eso sucede, se amplían cada vez más las diferencias entre el gobierno de López Obrador y los gobiernos de Morena, sus legisladores y el partido. Basta con observar que Morena no ha podido conformarse como partido a nivel nacional ni en las entidades, por otra parte, en una gran mayoría de los gobiernos en los que ganó, no reflejan en los hechos la visión política que persigue la Cuarta Transformación, por el contrario, mantienen las mismas prácticas de los anteriores gobiernos, en los que se observa, no el cambio prometido, sino la continuidad del envilecimiento del servicio público con el relevo de una clase política originada ahora en Morena.
Ante estos escenarios, podemos identificar al menos tres elementos a observar para las próximas elecciones: el primero es que el presidente mantiene un nivel de aceptación distinta a los gobiernos locales, circunstancia que modifica la efectividad de pedir de nuevo el voto por todos los candidatos de Morena; segundo que todo indica que no logrará conformarse como partido para las próximas elecciones, obligándose a repetir su experiencia de “movimiento electoral” compitiendo ahora contra una nueva oposición, no sólo de partidos, sino también de ciudadanos inconformes por los resultados de sus gobiernos, y tercero que enfrentará, sin el respaldo de un partido legitimado por su militancia y simpatizantes, una creciente y encarnada lucha interna por las candidaturas y posiciones políticas a las que aspiran.
En otro escenario están los partidos derrotados en 2018, que al cabo de dos años, parece no alcanzarles el calendario electoral para remontar las preferencias electorales a su favor. En esa reducida lógica de nostalgia por el pasado, continúan con las misma prácticas y recetas que en una época les dieron resultados; además de enfrentar la peor crisis de legitimidad política de sus historias, mantienen sus esperanzas en los errores y circunstancias desfavorables de los gobiernos de Morena, una señal de su resistencia al cambio, en el que se confunden los conceptos de adaptación con el de evolución política.
Sin embargo, un golpe de timón podría marcar la diferencia. La Oposición debe dejar de lado la expectativa del fracaso del otro y convertirse, más que en oposición, en una mejor opción, ser mejores incluso que el propio Presidente de la República; de lo contrario tendrán que mantener su condición de “ludópatas de la política”, a expensas del azar y la suerte del gobierno de López Obrador, para ganar.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.