No puedo imaginar sin profunda tristeza más que tu cuerpo joven, inerte, mancillado, devorado por los que te llevaron aquella mañana guadalupana.
Aquel amanecer religioso, festivo, luminoso, en el que saliste presurosa de la casa de tu amiga para cumplir con la rutina de los cientos, quizá miles, de feligreses que van todos los años a rendir tributo a la Virgen Morena en La Lomita.
Y adonde no pudiste llegar porque en algún punto tus victimarios se te atravesaron para levantarte y llevarte a un destino desconocido, el infierno terrenal para jóvenes como tú, que se han vuelto una pieza codiciada, una extraña colección de infortunios y desgracias.
Tu destino inesperado sería entonces alguna casa de seguridad de Culiacán o quizá fuera de esta capital, que Guillermo Ibarra calificó acertadamente como la “ciudad del miedo”, donde todos los culichis parecen caminar con la cruz encima. O, tal vez, tu destino fue alguna de las viviendas de la sindicatura de Costa Rica o cualquier paraje inhóspito de este valle mil veces cementerio.
Pero, el lugar qué importa, a no ser que tenga interés para la autoridad judicial. Esa autoridad a la que se le acumulan impunemente las muertes dolosas y crece el número de los desaparecidos, sin que hayan podido encontrar la cuadratura al círculo y haya respuestas creíbles entre sus responsables institucionales que están pasmados ante la espiral de violencia que deja este año.
Sus operativos que debieran ser el antídoto vital se han convertido en su negación. En una simple oficina de partes donde a cada nueva víctima sólo le dan un número llano que sustituye el nombre de la infortunada o el infortunado desaparecido.
Estos datos que son para una ficha técnica de identificación frecuentemente no sirven para nada, o quizá sí, para justificar un puesto, un estatus burocrático, un sueldo o unas prestaciones de ley incluso, para de vez en vez, dar la numeraria anual, a la que se busca sacar jugo positivo. Hemos bajado...”
Y es que, estas personas, que técnicamente son las encargadas de protección de la sociedad está visto no les alcanza para resolver siquiera un puñado de expedientes pese a que consumen ingentes cantidades de dinero público. Quizá, por miedo, o por incapacidad o connivencia, con los propios victimarios. O, peor, por insensibilidad ante la gran demanda de justicia que los supera y que lleva a la actitud indiferente del avestruz.
Lucía Mariana, tú ya no estás entre nosotros, ni tampoco con tu familia, ni con tus vecinos, ni con tus amigos o tus compañeros de la prepa. Han quedado como recuerdo las charlas que seguramente sostenías al final del día con tus padres y tus hermanos; también los planes y preparativos familiares para las fiestas de fin de año; igual los buenos días que repartías con una sonrisa entre los tuyos y tus vecinos; quedarán pendientes las posadas a las que no asististe para cantar villancicos; y, por si fuera poco, quedan sin dueña tus cuadernos y libros, como también la butaca escolar y la desolación entre tus compañeros de aula.
Te has ido de la peor manera en la edad tierna de ilusiones y de los proyectos de vida adulta. En el momento en que la mayoría empezamos a trazar la ruta de nuestra vida adulta. ¿Qué estudiar? ¿Dónde? ¿Por qué?, ¿o mejor trabajar...? y así, una larga lista de interrogantes, que una vez resueltas le dan un sentido a cada vida.
Pero tú, ya no podrás hacerlo, te han robado la vida en un tris, en un suspiro en esta ciudad asaltada una y mil veces. Dejas un hueco muy grande en tu familia y amigos, además, la sensación de que no sólo los jóvenes están en desamparo sino todos los que transitan por las calles de Culiacán.
Pero, hay que aceptarlo, están en desamparo muy especialmente los jóvenes de tu edad, de tu ciudad, tu barrio, tu aula. Con los que convivías en la prepa Zapata y tejías los sueños normales de esa etapa de la juventud. Tu lugar en el aula será visto con tristeza como fatal premonición colectiva. Con la sensación de que con ella se fue una parte de la juventud sinaloense.
No estoy seguro de que tu muerte vaya a cambiar las cosas para tu generación y es que cuando escribo rememoro las desapariciones de otros jóvenes como Luz, Karla, Irma, Jennifer, José, William, Ramón o Víctor Manuel que están en la lista de los desaparecidos sinaloenses, en las pomposas carpetas de investigación de Culiacán, Ahome o Mazatlán.
Otras familias con el mismo martirio de la ausencia no anunciada. La misma desazón en la noche oscura de la incertidumbre. El mismo sabor amargo del llanto de la impotencia. Sólo puedo decir, como un pequeño alivio, que tu caso ha ganado un lugar en la primera plana de los diarios, seguramente fue tema en algunas tertulias radiofónicas, estuvo y está en las alertas Amber y de las ONG, que tu ausencia reforzó el activismo de las y los integrantes del colectivo solidario No te metas con nuestras hijas.
Te has vuelto una revelación que sintetiza el dolor de miles de familias sinaloenses. Que exhibe la tragedia que estamos viviendo ante la frecuente indiferencia e impotencia de los gobernantes incluso de franjas de la misma sociedad agredida. Que es necesario un cambio de mentalidad, actitud, actuación, estrategia.
Sinaloa, no puede seguir perdiendo a sus hijos de ninguna manera, pero menos como te hemos perdido. Tú eres el rostro acrisolado de los hombres y mujeres sinaloenses sin rostro. Esos jóvenes menos mediáticos que llenan con su imagen y sus nombres las carpetas de investigación de la Fiscalía que circulan velozmente por las carreteras de las redes sociales y al lado siempre, siempre, sus familiares.
Esas carpetas que hoy duermen el sueño de los justos. Que dejaron de ser investigadas y están en archivos muertos. Como un desecho de una sociedad sin ley. O peor, de un gobierno que simula y no da resultados y finge cuando nos dice sin rubor que los homicidios dolosos van a la baja sin mencionar que aumenta el número de los desaparecidos. No puede ser tanto descaro y tanta manipulación de la estadística.
Sinaloa está sangrando con la vida de jóvenes como Lucía Mariana y esto no puede seguir así, es urgente tomar medidas desde la sociedad para detener este tipo de crímenes que nos quita lo mejor que es nuestra juventud y exige, quizá ilusamente, poner a trabajar a quienes por ley deben garantizar la seguridad de los sinaloenses para abatir esa impunidad que es el mayor incentivo para continuar escalando.
DEP, Lucía Mariana.