El día primero de noviembre es conocido por muchas personas como el Día de los Angelitos, sin embargo litúrgicamente es la Fiesta de Todos los Santos.
Los santos son los bienaventurados que ya gozan de la amistad perpetua con Dios, pero también se reserva este término a los discípulos que desde esta vida permanecen incólumes, puesto que todos los seguidores han recibido un llamado a la santidad.
Desde el Antiguo Testamento consta una vocación general a la santidad: “Sean santos, porque yo su Dios soy santo” (Lev 19,2; 20,26). De igual forma, Jesús recalcó: “Sean santos como su Padre celestial es santo” (Mt 5,48).
La santidad no es privilegio de unos elegidos, sino un llamado general que se hace a todo discípulo. La persona santa no es un extraterrestre ni alguien con capacidades fuera de lo común, sino alguien que toma en serio su compromiso y no vive de manera mediocre.
El Papa Juan Pablo II, en el número 31 de la carta Novo milenium ineunte, expresó: “El ideal de perfección no ha de ser malentendido como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad”.
En un texto atribuido falsamente al Papa Francisco se subraya también la necesidad de contar con santos actuales que asuman su compromiso en la vida cotidiana: “Necesitamos santos sin velo, sin sotana. Necesitamos santos de jeans y zapatillas. Necesitamos santos modernos, santos del Siglo 21 con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo. Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte. Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros. Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos”.
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