Crecidas por el juego que les ha dado el nuevo Gobierno, no solo el Presidente López Obrador sino también el Senador Ricardo Monreal, las iglesias en México ha lanzado un embate contra los principios del Estado laico. No es la primera vez que lo hacen, pero como decía aquel asesino, ellos van tentaleando y donde sienten blandito empujan la daga.
Así como los medios vivimos de hacer efectivo el derecho a la información, las iglesias viven de lucrar con el derecho a la creencia bajo el argumento de exigir mayor libertad religiosa. Qué hacemos unos y otros con el dinero que se genera de dicha actividad es otra discusión. Lo importante es tener claro que ambos derechos son de los ciudadanos, jamás de las instituciones, ni de sus símbolos, ni de sus profetas o dioses. Nada tiene de malo hacer negocio con el derecho de información, pero las empresas periodísticas están y deben estar sujetas a la reglas que tiene toda empresa. Durante algunos años quisieron ser parte de las excepciones (no pagar seguro social, tener régimen especial de impuesto, etcétera) pero terminaron poniéndose en regla. Lo mismo podemos decir para las iglesias.
¿Cómo debemos tratar a las iglesias? Es innegable que las iglesias, vistas como conjunto, tiene un aporte social muy importante, como también lo es que son enormes negocios que acumulan grandes fortunas institucionales y personales. Según la revista Forbes, Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios mejor conocida en México como “Pare de sufrir” es uno de los 50 hombres más ricos de Brasil con una fortuna estimada en mil cien millones de dólares. De acuerdo con investigaciones periodísticas las propiedades personales de la familia Joaquín que lidera la Luz del Mundo solo en Estados Unidos suman 7.3 millones de dólares. Pero ninguna de ellas se acerca ni de lejos al valor del emporio de Los Legionarios de Cristo estimado en 20 mil millones de dólares y un flujo anual de mil millones de dólares derivado de 500 empresas de su propiedad, algunas de ellas receptoras de dinero público.
Garantizar la libertad de creencia nada tiene que ver con dar más facilidades a las iglesias para que tengan medios de comunicación o regímenes fiscales especiales. El mercado de la salvación mueve mucho dinero y sin duda la mayor parte de éste se destina a obras de beneficencia y construcción de comunidades que contribuyen a que en mundo sea un poco menos peor. Nadie puede negar el aporte de las iglesias en la atención a migrantes, para poner un ejemplo muy concreto y actual, o lo que históricamente han aportado en materia de salud y tratamiento de adicciones, pero tampoco podemos descartar que puedan convertirse en perfectos paraísos fiscales ideales para el lavado de dinero, y como hemos señalado, para la creación de fortunas personales, familiares o institucionales.
Por su importancia y lo que representan socialmente, los negocios de dios deben ser no menos sino cada vez más regulados.