Editorial
La cultura de los retenes policiacos o militares nunca ha funcionado, durante los años del crecimiento del narcotráfico y el contrabando en México se instalaron cientos de retenes permanentes y miles móviles que jamás demostraron su valía.
Al revés, alrededor de los retenes se construyeron comunidades enteras de corrupción, comercio ilegal, prostitución, contrabando de personas, de armas, de todo tipo de mercancías, drogas y dinero.
Los retenes convirtieron a inofensivos madrinas en peligrosos delincuentes, acercaron a policías y militares con contrabandistas y narcotraficantes, forjaron alianzas, constituyeron un punto de partida de la delincuencia organizada.
Pero los retenes no son exclusivos de Sinaloa, han proliferado por todo el País, sirvieron para “organizar” el contrabando en La Paz durante décadas, en Tijuana son enormes corporaciones y en las carreteras de todo México se instalaron para enriquecer a policías de todas las corporaciones.
Hoy siguen siendo uno de los estandartes de la corrupción y el destino de cientos de miembros de la Guardia Nacional, la policía militar recién creada por la Cuarta Transformación.
Los retenes nunca han remediado nuestros problemas de seguridad y sí han servido para echar a perder a nuestros cuerpos policiacos.
Hoy, los retenes nos cuestan mucho dinero y jamás han demostrado que puedan resolver nuestros problemas, pero parece que nuestras autoridades siguen confiando en ellos como el primer recurso de su estrategia de seguridad.
Es hora de entender que la guerra en contra de la delincuencia necesita mucho más que retenes en las carreteras o en puntos estratégicos de las ciudades.
Además, los retenes molestan a la ciudadanía, hacen perder tiempo a todos y pueden provocar accidentes.
Ojalá y no se conviertan en una política que nos haga sufrir más de lo mismo.