Todos los seres humanos somos importantes, pero ninguno es necesario. Sin embargo, algunos nos sentimos tan orgullosos de nuestro trabajo, color, belleza, fama, riqueza, alcurnia, posición laboral, social y de poder, que pensamos que el mundo no nos merece.
En lugar de sentirnos ufanos de nuestras cualidades o virtudes, lo mejor sería declarar con humildad lo que podemos hacer o cómo podemos colaborar para lograr el bienestar y mejorar las condiciones del conjunto de la humanidad.
Una leyenda hindú brinda una importante enseñanza al respecto:
En cierta ocasión los colores comenzaron a pelearse. Cada uno quería ser el más importante. El verde alegaba que era el color de la vida y la esperanza, y el más repartido por la naturaleza.
El azul reivindicaba ser el color del agua, del mar, del cielo y de la paz. El amarillo decía ser el color de la alegría, del sol y de la vitalidad.
El naranja pretendía ser el color de la salud, de la vitamina y de la fuerza: solo había que pensar en las naranjas, mangos, papayas, zanahorias y calabazas.
El rojo subrayaba su fuerza y valor, su pasión y su fuego. El púrpura indicó que era el color de la nobleza y del poder. Y el añil hizo notar que era el color del silencio, de la reflexión, de la oración y de los pensamientos profundos.
La lluvia observó la disputa e intervino desatando su furia: los colores, presos del miedo, se acurrucaron entre sí y se fundieron en uno... Y así, cuando cesó la lluvia, se desplegaron dando forma a un majestuoso arco iris y cada uno de ellos pudo lucir su belleza sin rivalidades. Y se dieron cuenta de que juntos eran mucho más que separados.
¿Ofrezco con humildad mi color?
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@rodolfdiazf