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La vida nos ofrece continuamente diversas lecciones para que hagamos nuestras propias elecciones; sin embargo, muchos somos analfabetas vitales y no sabemos leer ni descifrar las incontables lecturas que se nos ofrecen.
Tal vez por miedo, desconocimiento, comodidad o apatía eludimos pensar en serio el derrotero de nuestra vida. De manera que, como afirmó el filósofo William B. Irvine, en su libro El arte de la buena vida, “existe el peligro de que en tu lecho de muerte eches la vista atrás y descubras que has desperdiciado tu vida. En lugar de perseguir algo verdaderamente valioso, la has desaprovechado al dejar que te distraigan las baratijas de la vida”.
Elizabeth Kübler Ross, quien fue una de las personas más experimentadas en cuestiones de cuidados paliativos y sobre el duelo ante la muerte, explicó: “Consciente o inconscientemente, todos buscamos respuestas, intentando aprender las lecciones de la vida… Tratamos de descubrir quiénes somos y cómo podemos llegar a ser realmente. Sin embargo, con demasiada frecuencia los buscamos en el dinero, en la condición social, en el trabajo “perfecto”, o en otros lugares, sólo para descubrir que estas cosas carecen del sentido que esperábamos encontrar y que incluso nos producen angustia”.
Expresó que cuando optamos por estas “baratijas” nos embarga una agobiante sensación de vacío, porque no encontramos sentido a nuestra vida, y cuestionó: “¿Por qué esperar hasta el final para aprender las lecciones que podríamos aprender ahora?”
Añadió: “Nos han puesto en la tierra para aprender nuestras propias lecciones. Nadie puede decirnos cuáles son; descubrirlas forma parte de nuestro viaje personal. Aprenderemos que no estamos solos sino mutuamente conectados, que el amor nos hace crecer, que nuestras relaciones nos enriquecen. El amor es realmente lo único que podemos poseer, conservar y llevarnos con nosotros”.
¿Aprendo estas lecciones?