La vida nos ofrece continuas lecciones, pero no siempre las aprovechamos. El júbilo de los momentos alegres y afortunados, en ocasiones, nos aturde y no permite que reflexionemos seriamente lo vivido. Los momentos tristes y aciagos, por el contrario, son los más importantes para aprender una lección porque el arado del dolor remueve profundamente los aletargados pliegues del alma.
El salobre flagelo del coronavirus es una importante oportunidad para rescatar valiosas lecciones, aseguró el Papa Francisco:
“La experiencia de la pandemia nos ha enseñado que ninguno de nosotros se salva solo. Hemos experimentado de primera mano la vulnerabilidad de la condición humana que nos pertenece y que hace de nosotros una familia. Hemos llegado a ver más claramente que cada una de nuestras decisiones personales afecta a la vida de nuestros semejantes, de los que viven al lado y de los que están en lugares distantes del mundo. La marcha de los acontecimientos nos ha obligado a reconocer que nos pertenecemos unos a otros, como hermanos y hermanas que habitan en una casa común”.
Resaltó que ayuda a equilibrar el progreso científico: “Ha puesto en tela de juicio la escala de valores que pone el dinero y el poder por encima de todo. Obligándonos a quedarnos juntos en casa, padres e hijos, jóvenes y viejos, nos ha hecho una vez más conscientes de las alegrías y dificultades de nuestras relaciones. Nos ha hecho abstenernos de lo superfluo y concentrarnos en lo esencial... Ante un futuro que parece incierto y lleno de desafíos, sobre todo en el plano social y económico, nos ha empujado a dedicar este tiempo a discernir lo que es duradero de lo que es fugaz, lo que es necesario de lo que no lo es”.
¿Aprovecho las lecciones de la pandemia?
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