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@rodolfodiazf
Hemos repetido ya que la actual contingencia sanitaria mundial pondrá en evidencia lo mejor y lo peor del ser humano. En efecto, brillarán enormes gestos de generosidad, entrega y fraternidad, a la vez que se extenderán oscuras capas de egoísmo, indiferencia o irresponsabilidad.
De hecho, los medios de comunicación y las redes sociales ya participaron ejemplos de ambos gestos, como si se tratara de las dos caras de dios Jano.
Suzanne Hoylaerts, de origen belga, falleció hace pocos días contagiada del coronavirus. Tenía 90 años y renunció voluntariamente al uso del respirador artificial para que se destinara a una persona joven que tuviera futuro: “No quiero usar respiración artificial. Guárdala para los pacientes más jóvenes, yo ya he tenido una buena vida”, expresó.
A su hija Judith, quien ya no pudo verla en sus últimos momentos a causa de su aislamiento, también la confortó diciéndole: “No debes llorar, hiciste todo lo que pudiste”.
Tranquila, pero agobiada por la pena, Judith lamentó no poder acompañar a su madre hasta el final: “No puedo despedirme de ella y ni siquiera tengo la oportunidad de asistir a su funeral”.
Sin embargo, manifestó que su madre siempre se distinguió por su espíritu de servicio y el apoyo desinteresado que brindaba a los demás, permaneciendo en el anonimato y evitando que su nombre saliera a relucir.
La otra cara de la moneda es el caso de un joven argentino que regresó a su país después de haber visitado Estados Unidos, pero irresponsablemente no se aisló ni guardó la cuarentena y asistió a una fiesta de 15 años.
Por no atender las recomendaciones ante la pandemia, este joven contagió a varias personas, entre ellas su abuelo de 71 años, quien lamentablemente falleció.
¿Actúo responsablemente y permanezco en casa?