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“En tus ojos hermosos, hay fuego que delata tu deseo; tus palabras melifluas, mal encubren tus lúbricas ideas...Siento que al verme me desnudas ¡Tus afanes leo! con mirar de lumbre mi rubor caldeas...¿Qué ves en mí? Solo ves a la hembra ¡¡gual que tantos!, un palmito que atrae, que se te apetece; un bocado que incita, bien de cantos y un salero chipén que mucho ofrece...¡Ciego de ti! Ciego tú y todos los que así me miran; la súbita pasión los ciega, los ofusca, quieren morder la llamativa cáscara sin mirar que solo es envoltura...”
Lo citado es un fragmento del poema “Alma” de la autoría de la poetisa mazatleca Elenita Vázquez de Somellera, quien a través de su pluma se duele del acoso sexual masculino, del que siempre se han quejado las mujeres, y ahora, puesto en la mesa de las discusiones nacionales por el movimiento feminista, bajo la figura de violencia de género, dentro de la cual, se clasifica el acoso y el hostigamiento sexual, las cuales ha sido recogidas dentro de los textos penales y clasificadas como delitos con penalidades para dichos supuestos, cuya aplicación está condicionada a denuncia de la parte afectada.
Ciertamente, la atracción que nos provoca una persona es parte de nuestra naturaleza y el buscar el acercamiento implica el halago, la sonrisa, el piropo, la mirada alentadora, la invitación, todo lo cual queda en el plano normal cuando las expresiones se dan dentro de un marco de respeto y la parte receptora las reciba con gusto.
Pero cuando las acciones toman otro rumbo, bajo el convencimiento de: “me he de comer esa tuna, aunque me espine la mano” como dice la canción magistralmente interpretada por el recordado Jorge Negrete, las cosas cambian y pasan al terreno de la violencia para convertirse en acoso, o bien, en hostigamiento sexual, según sea la relación entre los involucrados.
Muchas conductas son las que pueden tipificarse como acoso u hostigamiento sexual, entre las cuales podemos citar, tocamientos no deseados, roces corporales intencionales, mensajes eróticos, propuestas e invitaciones abiertas a tener sexo, promesa de favores a cambio de sexo o en su defecto, amenazas por el rechazo a las mismas.
Es bien sabido que la obsesión por conseguir la aceptación de la mujer o el hombre deseado, es mala consejera y que en muchas ocasiones el rechazo conduce a la muerte. Basta recordar a Rosita Alvirez, la de la canción, a la que Hipólito le descerrajó tres tiros por negarse a bailar con él o en sentido inverso, el caso la canción Laurita Garza, quien balaceó al prometido por romper el compromiso.
En nuestro país el asesinato de mujeres, que se configura como feminicidio, es decir que fueron cometidos por odio de género, el año pasado alcanzó una cifra cercana a las cuatro mil víctimas, lo cual resulta socialmente preocupante.
De lo que no hay una cifra, por lo menos cercana a la realidad, es la violencia que se da en contra de las mujeres dentro del seno familiar, situación que en la mayoría de los casos, no son denunciados, por miedo al agresor y por lo difícil que le resulta a la víctima romper el vínculo familiar.
Acabar con la violencia de género no es tarea fácil y no está al cien por ciento en las manos del gobierno para solucionarlo, más allá de la aplicación precisa de las leyes que castigan dicho delito y la implementación de programas escolares que redunden en la prevención y en el respeto a la mujer.
En este difícil tema, parte importante juega la familia, dentro de la cual, se deben prodigar las bases de respeto hacia los demás, cualquiera que sea su condición o género.
La violencia de género es otro tema que se encuentra dentro de la alforja de pasivos recibidos por la actual administración federal, y que según parece, ha resultado indigesto para el Presidente de la República, tanto, que le ha provocado un serio traspiés y motivado un movimiento nacional de protesta femenina que promete realizarse, para disgusto de Andrés Manuel y para el gozo de sus malquerientes. ¡Buenos días!