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@rodolfodiazf
La palabra ministros significa servidor, pues proviene del vocablo latino “minus”, el menor, que es quien sirve. Sin embargo, con el tiempo esta palabra se asimiló a su contraria, “magis”, el mayor, y se identificó al ministro con un magistrado; por eso, hoy es normal ver que existan ministros o secretarios de estado.
La confusión no quedó solamente en la cuestión de si es mayor o servidor, sino que se complicó aún más porque muchos políticos elaboran discursos como si fueran ministros de culto.
Si escuchamos con atención los mensajes del actual Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, no encontraremos mucha diferencia con los discursos que pronuncia un ministro religioso. Los términos redundantes son reconciliación, paz, amnistía, tolerancia, perdón y otros semejantes.
Sin embargo, el riesgo mayor de los ministros, dijo el pastor y escritor presbiteriano Frederick Buechner, estriba en que se convierten en profesionales y dejan de ser testigos:
“Los ministros corren el horrible riesgo... de dejar de ser testigos, en su propia vida y, en consecuencia, en la vida de la gente a la que procuran ministrar, de la presencia del Dios vivo que trasciende todo lo que piensan que saben y pueden decir de él; que está lleno de extraordinarias sorpresas. En cambio tienden a convertirse en profesionales que dominan todas las técnicas de la religión institucional y que hablan de asuntos espirituales con lo que a menudo parece un máximo de autoridad y un mínimo de vital involucramiento personal. Sus sermones suelen ser tan sosos e insípidos como inocuos. La fe que proclaman ya no parece arraigada, ni nutrida, ni retada en su propia vida, sino que carece de anclas, es de segunda mano y está carente de pasión”.
¿Me dedico a ser servido o a servir?