Muchas veces se concibe la elegancia como afectación, cuando debe ser totalmente a la inversa. La persona elegante no es la mejor maquillada ni la que porta más ricas prendas. Un certero refrán afirma: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
La elegancia no se demuestra con la vistosidad de un aparador, sino con el valor y riqueza que tiene el producto en su interior. La verdadera elegancia no tiene nada que ver con la arrogancia, la presunción o el engreimiento. “La moda se compra; la elegancia se aprende… La sencillez es la clave de la elegancia”, dijo Coco Chanel, una experta en el cuidado de la imagen y el refinamiento. Tiempo atrás, José Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín, expresó palabras muy semejantes: “La elegancia, Pepita, es la sencillez. Es la clave de la armonía eterna”.
La raíz de la palabra elegancia significa elección, selección, extracción de lo mejor y más refinado. Para ser elegante hay que elegir y seleccionar, pero no basados en el ropaje externo, sino extrayendo la riqueza interior. “El dinero no compra la elegancia, compra su simulación”, manifestó el escritor Rubem Fonseca.
El Diccionario de la Real Academia Española define el vocablo elegante como “dotado de gracia, belleza y sencillez. Dicho de una persona que tiene buen gusto y distinción para vestir”. Sin embargo, volvemos a insistir, no sólo es cuestión de ropaje, sino de tener clase y saberse conducir.
Esto no quiere decir que uno debe descuidar su porte y andar andrajoso; basta con vestirse con buen gusto y decoro. El refinamiento debe brotar de la educación, el porte, el cuidado de los pequeños detalles, la manera discreta y sincera de expresarse y de conducirse.
¿Soy sencillo y elegante? ¿Me seduce el falso glamur?
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@rodolfodiazf