@jorgezepedap
Nada en las biografías de Andrés Manuel López Obrador y de Donald Trump anticipaba la posibilidad de que se convirtieran en grandes compinches. Por el contrario todo permitía suponer que la convivencia de sus presidencias constituiría un verdadero choque de trenes. Trump se abrió camino a la Casa Blanca insultando a los mexicanos y haciendo de los vecinos del sur los responsables de todos los males, reales e imaginarios, de Estados Unidos. Su trayectoria de millonario rapaz y racista no podía ser más opuesta a la de AMLO y a su evangelio franciscano. El “primero los pobres” de López Obrador es el perfecto antónimo al “primero los ricos” del republicano.
El romance entre ambos parecería contradecir incluso el cálculo político, algo en lo que ambos son verdaderos profesionales. Por lo que respecta a Trump, las tendencias sociales del Presidente mexicano podrían haberse convertido en un combustible perfecto para la retórica de odio sobre el vecino del sur, acusando a su colega de izquierdista y de ser un émulo de Hugo Chávez; un argumento para mantener viva la tesis de la amenaza que representa la convivencia con los latinos y la necesidad de construir su muro. Una oportunidad que por alguna razón Trump ha dejado pasar. Lo hizo incluso antes de que Andrés Manuel tomara posesión: “Me gusta México. Me agrada su nuevo líder. Creo que podría ser estupendo. Un poco diferente a nosotros. Creo que me va mejor con él, que con el capitalista, él sabe que México necesita de Estados Unidos”, aseguró en referencia a Peña Nieto (agosto 2018).
Por su parte, la repulsa unánime que genera entre todos los sectores sociales de nuestro país los ataques del empresario Presidente en contra de México, le ofrecían a AMLO un pretexto idóneo para exacerbar la necesidad de mantenerse unidos. Tenía en bandeja un ingrediente perfecto para mantener viva una narrativa nacionalista combativa y movilizante. Y sin embargo, la luna de miel entre ambos se ha extendido a tal grado que casi un año más tarde López Obrador se siente impelido a escribir el siguiente tuit: “juramos que nada ni nadie separe nuestra bonita y sagrada amistad” (2 de junio, 2019).
Las declaraciones de amor entre ambos dejan perplejos a sus propios equipos, a sus traductores, a los expertos en geopolítica. Y ciertamente no se trata de un amor platónico. Una y otra vez el mandatario estadounidense ha intervenido para suavizar posiciones comerciales, levantar embargos, presionar a los demócratas a firmar el nuevo tratado o detener el decreto que convierte a los cárteles en terroristas ante la ley norteamericana. Es cierto que buena parte de esas medidas las había propiciado él mismo, pero a la postre ha buscado acuerdos conciliatorios, contra todo pronóstico. López Obrador no se ha quedado corto; ha asumido responsabilidades para contener el tráfico de centroamericanos en su paso hacia el norte y ha aceptado modificaciones en las condiciones industriales y laborales con las que opera el sector maquilero de nuestro país, entre otras cosas.
La razón para esta extraña amistad reside, a mi juicio, en dos factores. Por un lado, en el pragmatismo de ambos. Bien lo dijo Trump: “él sabe que México necesita a Estados Unidos”. Revela el sentido práctico de AMLO quien parece estar dispuesto a pelearse con muchas cosas menos con la realidad. Decidió que ceder ciertas trincheras ante el poderoso vecino podía ofrecerle algunas ventajas en otros terrenos, además de permitirle dedicarse de lleno a la política interior. E incluso algunas de estas concesiones no le van del todo mal: por ejemplo al aceptar las exigencias de Washington de aumentar el sueldo de los trabajadores mexicanos en las industria exportadoras (la supervisión extranjera a ese respecto le quita presión al gobierno mismo para exigir su cumplimiento). Y por su parte, Trump encantado con su tesis de que Andrés Manuel necesita de Estados Unidos, le da la posibilidad de sentirse en control y sin adversario y por lo mismo más cercano a la generosidad displicente. López Obrador entendió pronto que la mejor manera de desmotar a un enemigo que nunca podría vencer, es haciéndolo ver que enfrente no tenía un rival sino un aliado táctico. En el fondo ambos se usan.
Pero creo también que la buena avenencia reside también en un factor psicológico. A pesar de la enorme diferencia ideológica que los separa, me parece que comparten similitudes que de alguna manera inspiran un respeto mutuo. Ambos conquistaron la presidencia en oposición a las élites tradicionales, son nacionalistas y desconfían de la globalización. Y, sobre todo, tiene una concepción voluntarista del poder a contrapelo del entramado institucional . Trump y AMLO, algo más que un matrimonio de conveniencia.