@JorgeGCastaneda
El jueves López Obrador recibió en Palacio Nacional al nuevo Presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. No es quien manda -Raúl Castro sigue vivo- pero es sin duda el que lleva la conducción cotidiana del gobierno de la isla. Llega a México en medio de una nueva debacle de la economía cubana, de la inmensa simpatía que despierta la dictadura cubana en las filas de Morena y del régimen mexicano, e inmerso en la historia de la hipocresía nacional frente al castrismo. De esto quiero hablar hoy.
Todos los priistas, calderonistas del PAN y desde luego toda la izquierda, se vanaglorian de la “amistad histórica entre los dos pueblos” y evocan la supuesta epopeya de la solidaridad mexicana con la Revolución cubana desde los años sesenta. Se indignan ante la evocación de los derechos humanos y de la democracia representativa durante el período de Fox. Pero nunca mencionan que la visita de Díaz-Canel es la primera por un Presidente cubano, de carácter bilateral, a la capital mexicana, desde que llegó Fidel Castro al poder. Aunque en junio de 1960 Oswaldo Dorticós fue recibido por López Mateos, y era formalmente el jefe de Estado isleño, el comandante en jefe único era Castro.
Este vino a México varias veces a partir de 1988, cuando tuvo lugar su primera visita desde que zarpó de Tuxpan en el Granma en 1956. Pero cada vez, o bien viajó para asistir a la toma de posesión de un Presidente mexicano -Salinas, Fox-, a celebrar visitas bilaterales a Cozumel o Cancún, o bien a una cumbre regional o multilateral -Guadalajara, Monterrey. Y su hermano Raúl, ya Presidente, solo realizó una breve visita a Mérida en 2015. En otras palabras, ningún mandatario mexicano -ni López Mateos, ni Díaz Ordaz, ni Echeverría, ni López Portillo, ni De la Madrid, ni Salinas, ni Zedillo, ni Fox, ni Calderón, ni Peña Nieto- jamás se atrevió a invitar a Fidel o a Raúl Castro en una visita bilateral -de trabajo, oficial o de Estado- a la Ciudad de México. Muy amiguitos, pero nunca solos, o nunca a mi casa si no vienes acompañado\. Hasta que ya no se tratara de uno de los hermanos Castro, y hasta que no fuera López Obrador el anfitrión. Por lo menos éste sí tiene la firmeza de sus convicciones, es decir, de su enorme admiración por el fracaso cubano.