Como una nueva mafia en el poder. Como una familia siciliana, solo que en versión mexicana. El gabinete de López Obrador tuiteando al unísono, en defensa del honor de Irma Eréndira Sandoval, una pobre víctima de los que no quieren combatir la corrupción. Todos los hombres y las mujeres del Presidente, tuiteando en sincronía para proteger la reputación de la martirizada secretaria. Demostrando cómo opera la política en la Cuarta Transformación y cuán poco ha cambiado ese funcionamiento, desde que Morena llegó al poder. Las instituciones y quienes trabajan en ellas, puestas al servicio del Don Corleone de la 4T.
Más de 20,000 personas han muerto por Covid-19, habrá entre 6 y 10 millones de nuevos pobres este año, se pierden ocho empleos por minuto, y el pico de la pandemia varía cada vez que López-Gatell habla. Pero el lopezobradorismo no parece preocupado o centrado en estos temas. Su actitud no es la de un gobierno sino la de un clan. Y en las últimas semanas hemos contemplado su radicalización: las mentiras que dice, las incongruencias que defiende, las simulaciones que escenifica, las instituciones que descuartiza, las renuncias que produce, el silencio atemorizado que induce.
No se obligó a la titular de Conapred a renunciar porque el Consejo fuera caro o inoperante. No se despidió a Mónica Maccise porque tuviera un perfil discordante para combatir la discriminación. Más bien se desconoció a una institución porque ofendió al cabecilla. Más bien se desacreditó a una gran funcionaria pública porque molestó a su esposa. Bien lo describió Katia D'Artigues en su carta de renuncia a la Asamblea Consultiva: “La definición del Presidente sobre quién es discriminado y quién no, sobre quienes pueden legítimamente —según él— defender estas causas desde los órganos reducidos del Estado es un traje que no me queda”. Porque es el saco de un solo hombre. El patriarca. El Tony Soprano de la “transformación”.
Por eso vemos a antiguos defensores de la democracia y de los derechos convertirse en capos que convalidan actos autoritarios. Vemos a Olga Sánchez Cordero, obediente y displicente. Al Partido Morena celebrando la alianza con el Partido Verde. A Rocío Nahle adjudicando contratos mientras sus correligionarios callan. A AMLO proponer la desaparición de órganos autónomos cuya existencia le permitió llegar al poder. A Arturo Herrera destinando fondos a la Guardia Nacional o al Insabi sin autorización o supervisión del Congreso. A Gabriel García distribuyendo dinero a través del Censo del Bienestar cuya metodología no ha sido explicada. A Irma Sandoval calificar a quienes cuestionan el origen de su fortuna inmobiliaria como “sicarios mediáticos”. Al Presidente convocando a los pobres a perder el miedo, salir y cuidarse a sí mismos porque su gobierno solo los protegerá selectivamente. A una autoridad que dice actuar en nombre del pueblo, mientras recorta recursos, cercena derechos, desprotege desvalidos.
Y mientras, mantiene privilegios para la nueva mafia en el poder. Los hipócritas que promulgan la austeridad republicana cuando gozan de la protección lopezobradoriana. Los políticos que hablan de la nueva ética pública cuando se aprovechan de la vieja laxitud neopriista. El tema central en torno a los Sandoval-Ackerman es esa incongruencia. Su apoyo entusiasta a recortes que dañarán a los pobres, pero no a los incondicionales. Su ataque al patrimonio lícito de otros, mientras disfrutan un nivel de vida idéntico al de quienes embisten. El silencio optativo de “La incorruptible” sobre cientos de casos de corrupción denunciados pero no investigados.
Lo que AMLO y sus seguidores no entienden es que el cambio del cual se jactan jamás podrá obtenerse de manera mafiosa, vía la obediencia ciega a un hombre y la salvaguarda sincronizada a un clan. La transformación real entrañaría convertir a la república amloísta en una república auténtica. Una que hable en nombre del interés público y no del interés político o personal o adversarial de Andrés Manuel. Una que defienda a las mujeres y a los indígenas y a los discriminados por encima de quienes siguen pisoteándolos. Una que reemplace la complicidad del clan por las reglas de la democracia. De lo contrario, El Padrino Pejista colocará la cabeza de un caballo en la cama colectiva del país. Y su gobierno no usará la fuerza moral sino de la ley del Talión.