Editorial
¿Llegará el día en que el tema de la corrupción sea uno de los que menos se hable en México? ¿Se podrá alguna vez tener la certeza de que quien ostenta un cargo público, lo hace para servir? ¿Será posible que el mexicano crea en sus políticos como alguien honrado?
México ha experimentado la alternancia en el poder y en la variada oferta política que tiene México, la tentación de la corrupción ha hecho caer a varios.
Y no se trata únicamente de lo que ocurre en los poderes federales. Basta ver lo que pasa en los municipios, como los de Sinaloa, en la que en cada revisión de las cuentas públicas, saltan las irregularidades cometidas.
En estos días, se ha hablado del caso de Emilio Lozoya y los casos de corrupción cometidos en Pemex, que incluyó desde el extranjero sobornos de Odebrecht, y sobornos al interior del País, con dinero entregado a legisladores para aprobar las reformas.
Y se han filtrado videos de cómo al Senado de la República llegaron bolsas con dinero que entregaron a legisladores.
La clase política en México se ha formado en base a la tentación de acumular poder, y también riqueza. Aunque el origen de esta última esté en entredicho, viole las leyes y cualquier norma ética.
Y ocurre, como ya se ha dicho, desde la esfera nacional hasta la local, con políticos que de un día a otro transforman sus viviendas, adquieren coches nuevos, eligen escuelas privadas para sus hijos y se financian viajes costosos, mientras se detenta el poder.
La corrupción ha sido parte, y lo sigue siendo, del sistema político mexicano. Por eso no sorprende tanto que los casos de corrupción sean revelados. Lo que se convierte sorpresivo es el flanco por donde va a saltar el nuevo caso.
Falta todavía tiempo para que otras historias sobre la política en México sean contadas. Mientras, seguirá la suspicacia sobre quienes gobiernan, sobre quienes aspiran, sobre los que señalan y sobre los que son señalados. Mientras, sigue la misma historia.