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"Opinión"

"La independencia pendiente"

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    pabloayala2070@gmail.com

    Como se pueda, este martes se celebrará en algunas plazas públicas un año más de la independencia de México. Entre gritos y cohetones se festejará que hace 210 años el cura Miguel Hidalgo dio el grito de arranque de una larga lucha independentista que culminó en 1836 cuando España nos reconoció como un país libre y soberano.
    Es de justicia recordar, al menos brevemente, cómo se dio ese sangriento proceso, para no traicionar la memoria de quienes murieron por la causa.

    Una vez encendida la mecha del movimiento independentista en 1810, capturados, encarcelados y liquidados sus orquestadores, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero arman y pactan el Plan de Iguala para reunir a las facciones rebeldes que, en ese momento, se encontraban diezmadas y dispersas. Después de recibir el apoyo del clero y la aristocracia, el movimiento se fortaleció y tras muchas duras batallas, el 27 de septiembre de 1821 México deja ser un apéndice de España, siendo reconocido por esta en 1836 como una república independiente.

    Los motivos del levantamiento no fueron pocos. Las exigencias y excesos por parte de la España peninsular y la desaparición temporal de la corona que trajo consigo la invasión napoleónica, inflamó el ánimo de los insurgentes quienes, además de la independencia, intentaban reconfigurar la estructura social de castas, la cual, para efectos prácticos, podemos entender como una pirámide que en su punta tenía a los criollos (hijos de españoles nacidos en México) y desde donde se desprendía una serie de cruces étnicos que iban degradando no solo la “raza”, sino la dignidad humana.

    Las 16 combinaciones de la pirámide de castas se agrupaba de la siguiente manera: los mestizos (combinación entre español con india), los castizos (mestizo con española), los españoles (castizo con española), los mulatos (español con negra), los moriscos (mulato con española), los chinos (morisco con española), los salta atrás (chino con india), los lobos (salta atrás con mulata), los jíbaros (lobo con china), los albarazados (jíbaro con mulata), los cambujos (albarazado con negra), los zambaigos (cambujo con india), los calpamulatos (zambaigo con loba), los tente en el aire (calpamulato con cambuja), los no te entiendo (tente en el aire con mulata) y los torna pa’ tras (no te entiendo con india).

    Bastaba con que el propósito de los insurgentes hubiera sido destruir esta estructura para que el movimiento valiera la pena, pero, como sabemos, este fue mucho más allá. Para bien o para mal nos permitió ser lo que ahora somos. Me explico.
    Siendo independientes nos reconfiguramos para ser un país inmensamente rico en tradiciones, colores y sabores que delinearon un mosaico cultural y valoral prodigiosamente diverso.

    También tuvimos al alcance de la mano la posibilidad de reescribir nuestra historia. Liberados del yugo de nuestros conquistadores, establecimos las bases de una nueva institucionalidad y cimientos requeridos para erigirnos como una república libre, justa y soberana, donde todos sus miembros, a partir de ese momento, serían reconocidos por su condición de mexicanos y no por la indigna coloratura impuesta por el sistema de castas.

    Y, entre otras muchas cosas más, por primera vez, fuimos reconocidos en el orden mundial del Siglo 18 como un país bendito por su ubicación geoestratégica. México fue tocado por la mano de Dios, al entregarnos enormes litorales, lagos, ricas montañas y fértiles valles. Muchos países sabían, quizá mejor que nosotros, que teníamos todo para ser lo que hasta ese momento habíamos querido y pensábamos merecido ser.

    Y digo “habíamos querido”, porque ni aquel valiente y plausible movimiento de independencia logró sacudir de nuestra espalda muchos de nuestros más empecinados demonios.

    La pesada mano del criollismo acostumbró al mexicano a mantener la cabeza agachada, a seguir las órdenes (muchas veces, absurdas y necias) de quienes no tenían más mérito que la fortuna de cuna, a aceptar que cuando el destino dice “naciste para macuarro” hay que aceptarlo con la misma actitud del resignado, por ello, diligente y alegremente lo más sensato es obedecer (y, si se puede, festejar) lo que digan aquellos que por sus relaciones viven encumbrados.

    La independencia iniciada con el grito de Dolores nos independizó de unos, pero nos esclavizó a otros. Los nuevos amos no fueron mejores. En sus ansias locas por ser los nuevos barones, arremetieron con más saña contra nuestra naciente autoestima y autonomía. Nos reeducaron para que nos quedara claro que no podíamos ser nuestros propios amos.

    Por eso seguimos necesitando caudillos. Da igual el color de la ideología que profesan, de dónde provengan o a dónde vayan. Necesitamos que nos extiendan la mano para aferrarnos a su meñique y así poder caminar. En nuestra mentecita de cambujo, tente en el aire o calpamulato, los reconocemos como amos y señores. Siguen siendo los criollos, como mucho los mestizos, los que mandan.

    De ahí que este 16 de septiembre, más que un día para celebrar, es un día para recordar que necesitamos sacudirnos, independizarnos de nuestros atavismos, volver a creer que aun podemos ser la nación que deseábamos ser cuando el cura Hidalgo dio el grito en Dolores.

    Este 15 de septiembre en lugar de vitorear en modo zombi los nombres de “quienes nos dieron patria”, piense cómo usted desde el lugar y posición que ocupa, como ciudadano autónomo, libre e independiente va a construir la patria que nos merecemos.