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Durante la jornada nacional de sana distancia se dejó fuera del espacio público a 40 millones de personas en México para mitigar la intensidad de los contagios de Covid-19. Al finalizar esta fase, se dio paso a una nueva normalidad, que de normal no tiene nada. La reactivación económica era a todas luces la principal preocupación atendida por el desconfinamiento. Esto es comprensible, en tres meses, se han perdido más de un millón de empleos y la caída del Producto Interno Bruto se estima en un 7 por ciento. Reactivar la economía es clave para el bienestar social. La idea para explorar en esta columna es la importancia que tiene que sea la reactivación de la educación el siguiente gran tema en la agenda del manejo de esta crisis.
Antes que nada, la reactivación de la actividad educativa es importante porque se trata de un mandato constitucional y un derecho. En este sentido, tampoco es como que sea una opción legítima ignorar este compromiso y esta responsabilidad, por más desafiante que sea el contexto. La educación es un derecho que habilita otros derechos. Y aunque la preocupación y la incertidumbre ante la pandemia nos hacen sentir que lo mejor sea no regresar pronto a las escuelas, se deben encontrar maneras para continuar la actividad educativa, tal como se ha hecho durante el cierre del ciclo escolar concluido a finales de junio. A favor de esto hay varios argumentos.
Primero. La semana pasada, medios de prensa nacional difundieron que, de acuerdo con datos de la UNAM, 71 por ciento de fallecidos de Covid-19 sólo habían cursado la primaria. Esto refuerza la noción de la educación como derecho habilitante. En este sentido, la pandemia nos demuestra de la manera más cruel que la exclusión educativa se entreteje con otras exclusiones que terminan por exponer a las consecuencias más negativas a quienes más dificultades encuentran en su vida cotidiana. Debemos volver a aprender porque la educación es clave para ejercer el derecho a la vida.
Segundo, el fracaso en la reactivación educativa de hoy puede arriesgar significativamente la prosperidad económica del mañana. De acuerdo con un estudio realizado por Rafael de Hoyos, el costo de esta disrupción en la actividad escolar y en el aprendizaje de los estudiantes en México reducirá en 3 por ciento en la tasa de graduación de secundaria de quienes acaban de finalizar la primaria. Este problema educativo es también económico, por dos razones. Por un lado, porque tal como señala la Unesco, la pobreza mundial podría disminuir a la mitad si todos los estudiantes del mundo completaran la educación secundaria. Y luego, porque de acuerdo con estimaciones de la OCDE, el bajo desempeño en la capacidad de comprensión de lectura de los estudiantes del mundo previo a la crisis del Covid-19 ya generaba un costo aproximado de 12 mil 448 billones de dólares.
Tercero, la actividad educativa puede servir como un espacio virtuoso de colaboración e interacción entre docentes y directivos, familias, y estudiantes, lo cual es clave para mantener mayores niveles de cohesión social, favor valiosísimo en tiempos de crisis. Al compartir todos estos actores sociales el mismo propósito del aprendizaje y trabajar cotidianamente para alcanzarlo, se aumenta la sensación de control y se disminuye el estrés y la ansiedad. Si considerásemos estos factores como las claves en el aumento de las denuncias por violencia intrafamiliar, la reactivación educativa adquiere además un valor importante para preservar el bienestar y la salud socioemocional de la población.
Y cuarto, de acuerdo con la Estrategia Nacional para la Implementación de la Agenda 2030 en México, “la educación de excelencia es la base para garantizar el derecho de todas y todos los mexicanos a elevar su nivel de vida y contribuir al progreso nacional”. Ante una pandemia que ha expuesto muchas exclusiones e injusticias, recobrar la actividad educativa es sinónimo de abonar a la construcción de un país más inclusivo y justo.
La próxima semana las maestras y los maestros en Sinaloa terminarán su receso vacacional, enfrentando el gran desafío de retomar su trabajo en un contexto que aún ofrece muchas dudas, como por ejemplo si se regresará o no a las escuelas. Sabemos que existe en nuestros docentes preocupación por volver, pero también alegría y felicidad. El momento para volver a enseñar no podría ser más urgente y necesario. Lo que viene con el inicio del curso remedial no será sencillo, pero en la medida en que sea una responsabilidad compartida en la que todas y todos aportemos nuestro grano de arena, saldremos adelante.