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El desbarajuste que traen los gobiernos con el llamado semáforo sanitario me hace recordar el chiste sobre una chica que le comunica lo siguiente a su padre : “Papá, estoy un poquito embarazada, pero no te preocupes, es solo un poquito”.
En ese plan andan los gobernantes, tratando de hacer valer uno y mil argumentos que les ayuden a matizar el rojo intenso del avance de la pandemia en sus entidades, con el propósito de darle sustento a la decisión de reiniciar las actividades económicas, apostándole a lograr un necesario balance entre la urgencia de aliviar el tema sanitario y el económico.
Una decisión a la que le ha faltado una verdadera y contundente supervisión del cumplimiento de normas de funcionamiento impuestas a los negocios y que bien podía haberse redondeado con una limitación en la movilidad nocturna.
Los gobernantes procurando el éxito de su decisión, también le apostaron a que la ciudadanía asumiría la gran responsabilidad que le corresponde en la contención del avance de la enfermedad, respetando las medidas básicas recomendadas por las autoridades sanitarias; relativamente fáciles de cumplir, pero rechazadas por el grueso poblacional, lo que, sin duda, aporta consecuencias, para que en un momento dado, se vuelva a ordenar el cierre de actividades productivas.
En lo personal no me queda duda de que el apaciguar a la pandemia, depende en mucho, de la voluntad ciudadana. Pero no lo hemos entendido y la cadena de efectos de la indisciplina se traducirá en una mayor duración del mal y el incremento de víctimas fatales.
Pero vayamos a otro asunto que también está ligado con los males que nos aquejan, como es el caso de la pandemia del coronavirus y las nada remotas que se puedan presentar en el futuro. Me refiero a la destrucción de los recursos naturales, cuya presencia es considerada como un estorbo para el irresponsable crecimiento urbano.
Cito el caso de los manglares, porque justo el día de hoy, a nivel internacional, están programadas diversas actividades para recordar la importancia que tiene en las zonas costeras esta riqueza natural.
Como que no hemos entendido que debemos vivir de manera armónica con la naturaleza, a pesar de que una y mil veces hemos pagado dolorosas facturas por nuestra insolencia.
Según los expertos, existen en el mundo 54 clases de mangle, de los cuales, cuatro especies se dan en nuestro país: el rojo, el blanco, el negro y el llamado botoncillo.
Los manglares son ecosistemas que proporcionan diversos beneficios a las comunidades donde están presentes; la mayoría de ellos, ignorados por la población y conocidos por las autoridades, lo que no opta para que estas se muestren inmutables ante su devastación o extiendan permisos para su tala, tal y como sucede de forma permanente en el puerto mazatleco.
Y no solo eso, en los humedales donde crecen se descargan millones de litros de aguas negras e industriales, también bajo la cómplice irresponsabilidad de las autoridades vigilantes de su integridad.
Las raíces de las consideradas estorbosas arboledas sirven de guardería para el desarrollo de diversas especies marinas, y cuando se les deja cumplir su función, se logran abundantes capturas para la población pesquera.
Pero los manglares no solo acunan a innumerables crías de especies marinas, también actúan como barreras para evitar inundaciones, sin dejar de hacer notar con intenso rojo, que son eficientes pepenadores de partículas de carbono, lo cual se traduce en un mejor ambiente atmosférico para todos.
A ello hay que agregarle que sirven de barrera de contención en caso de inundaciones, función que luego los gobiernos quieren sustituir con concreto, para justificar la destrucción de los útiles bosques de mangle.
La destrucción de los manglares nos pinta de cuerpo entero, como una especie insolente que vive en la negación de su fragilidad y cuya ceguera, no le permite visualizar que está cavando su propia tumba. ¡Buenos días!