Editorial
El triunfo del PRI en las elecciones de Hidalgo y Coahuila, más que el regreso del tricolor, evidenció la pésima decisión de los morenistas de no construir un partido.
La abrumadora victoria de los priistas en Coahuila y en la mayoría de los municipios en Hidalgo demostró que sin partido y sin Andrés Manuel López Obrador en las boletas, Morena es una fuerza de papel.
Es cierto que Coahuila siempre ha sido un estado donde el PRI ha asentado sus reales desde sus orígenes, pero la verdad es que nadie esperaba que pudiera llevarse el “carro completo”, prácticamente ganó en los 16 distritos, salvo alguna impugnación de último momento.
Hidalgo es otra cosa, ahí se esperaba que el estado, pegadito a la Ciudad de México, produjera una contundente victoria de los morenistas, pero nada, los priistas les volvieron a comer el mandado.
La razón es simple, la política en México sigue siendo la misma y son los partidos los que la saben hacer, si te sales del molde pierdes, como lo acaban de mostrar los candidatos de Morena.
Temerosos de abrirse a nuevos miembros, los morenistas se han negado a construir un partido porque esto significa abrir las puertas y recibir al que levante la mano, sin importar su pasado.
Y al negarse a construir partido son incapaces de sacar adelante una elección porque simplemente carecen de los brazos y las piernas para hacerlo, en el pecado llevan la penitencia.
Quizá esta derrota sirva para que los morenistas entiendan que les urge elegir a un dirigente nacional, para que sea el líder que dirija la construcción de un verdadero partido.
Finalmente las elecciones no se ganan solo con discursos, los triunfos electorales se ganan en las calles, recorriendo las colonias, pidiendo el voto casa por casa.
El “tsunami” ocurrió el 1 de julio de 2018 y quizás nunca vuelva a ocurrir, es tiempo de ganarse cada puesto que estará en juego.