@DeniseDresserG
¿Qué pensará Arturo Herrera sobre los recortes presupuestales exigidos y cómo están destruyendo la capacidad operativa del gobierno? ¿Qué sentirá Marcelo Ebrard al anunciar los vuelos provenientes de China y Argentina, con insumos o medicamentos que debieron comprarse con antelación, por los cuales ahora se paga un sobreprecio? ¿Qué opinará Luisa María Alcalde sobre la pérdida brutal del empleo que el gobierno no ha protegido y los apoyos provistos por “Jóvenes Construyendo el Futuro” no alcanzarán a compensar? ¿Está de acuerdo Graciela Márquez con la falta de protocolos para los semáforos que definirán el regreso a la actividad económica? ¿Nadine Gasman todavía asume que la 4T apoya a la mujeres cuando se ha recortado en 75 por ciento el presupuesto al Inmujeres y eliminado los programas de género? ¿Alfonso Durazo podrá defender el carácter y mando civil de la Guardia Nacional cuando se ha decretado su militarización?
En público, miembros prominentes del gobierno vindican o guardan silencio ante políticas que lastiman a la economía, convierten a la Cancillería en una oficina de bomberos, no generarán los 2 millones de empleos prometidos, exponen a los trabajadores al Covid-19 en su momento de mayor contagio, dejan indefensas a las mujeres víctimas de violencia, y empoderan --sin vigilancia-- a las Fuerzas Armadas. La duda es si las personas pensantes del gabinete han decidido suspender el uso de la razón. O si callan por miedo a ser despedidos o humillados en público por el Presidente, cuando los contradice. O si han recortado su conciencia para ajustarla a los imperativos ideológicos de los tiempos. O si su propia ambición los lleva a hincarse ante AMLO en vez de corregirlo. Sea cual sea la razón política o personal, los puestos clave de la “Cuarta Transformación” parecen estar ocupados por anémonas sin espina dorsal. Mujeres de arena sin columna vertebral. Hombres de paja sin convicción real. Una colección de catatónicos que contemplan cómo López Obrador dinamita la casa de todos.
Complacientes que asisten a las reuniones con el Presidente pero no pronuncian una sola palabra cuando propone políticas públicas que corren en contra de la democracia o de las mejores prácticas o del sentido común. Silentes cuando van a reuniones de trabajo a Palacio Nacional, pero no se atreven a enmendarle la plana a quien la ha redactado mal. Sumisos, asustados, disciplinados. Como si no fueran expertos en los temas sobre los cuales AMLO no sabe nada, pero aún así dicta decretos destructivos. Como si no supieran las consecuencias que acarreará aniquilar al Estado, poner en riesgo la economía de mercado, reabrir la economía sin medir o contener la pandemia, ignorar a las víctimas encerradas en casa con su victimario. Como si no alcanzaran a vislumbrar los efectos de actos que avalan en cada mañanera a la que asisten, y dicen lo que les dijeron que debían decir. Aunque eso que anuncian contradiga su formación profesional y su credibilidad personal. Aunque el gobierno al que se sumaron con entusiasmo y esperanza los use como desinfectante o como trapeador.
Difícil creer que personajes con el entrenamiento de Arturo Herrera o con la experiencia de Marcelo Ebrard, estén dispuestos a ser cómplices callados de heridas autoinfligidas. A ser mecanógrafos de AMLO aunque redacten actas de defunción para su área. A ser miembros de una camarilla de conformistas, dispuestos a acabar con la ciencia y la evidencia, porque les insisten que para combatir la corrupción es necesario producir una implosión. Como escribe Cass Sunstein en Conformity: The Power of Social Influence, cuando uno o la mayoría de nosotros se conforma, la sociedad acaba incurriendo en errores graves. Cuando los poderosos no ven y no aprenden de los disidentes, las instituciones terminan acatando una sola voluntad.
Bob Dylan cantaba que “para vivir fuera de la ley, debes ser honesto”. Y en esta coyuntura crítica para México, muchos dentro del gobierno no lo están siendo. Ni consigo mismos ni con la población con la cual tienen una responsabilidad fiduciaria. Las consecuencias de su doblegamiento podrían ser catastróficas, porque la disidencia interna funciona como correctivo, y en el gabinete no existe. Las reuniones de trabajo con el Presidente parecen una escuela de taquimecanografía; una academia de amanuenses que prefieren obedecer a su jefe, en vez de servir al país.