Ernesto Villanueva
@evillanuevamx
SinEmbargo.MX
Escribir sobre tolerancia tiene varias aristas, desde la parte psicológica hasta la sociológica, que trata sobre comportamientos conductuales que en los medios se expresan a través, por ejemplo, de la figura del sesgo confirmatorio; es decir, las personas van a consumir sólo aquellos contenidos que reproducen sus juicios (y prejuicios) sobre la realidad y rechazan otros contenidos que cuestionan esa visión del mundo y de la vida que consideran “lógica”, “razonable” y que no permite una interpretación distinta por estar sesgada.
La tolerancia, por el contrario, supone que la libertad adquiere más importancia cuando se trata de la libertad del otro, del que actúa y piensa bajo pautas ajenas a las de uno. Sería un despropósito que se respete sólo la libertad de quienes piensan como uno sobre los más distintos aspectos de la vida.
La intolerancia se ha configurado en México en los últimos años porque la interacción entre el México de la simulación y el México real ha hecho crisis. Octavio Paz y antes Samuel Ramos y Rodolfo Usigli dieron luces sobre la caracterología del mexicano. Y esta forma de ser es más importante que el bienestar material, reside en la esperanza legítima, por supuesto, de poner en práctica la movilidad social, económica y cultural. Pongo un ejemplo claro: en Colombia la sociedad se divide por estratos. Hay siete estratos que no tienen en la sociedad colombiana una connotación negativa, sino un ánimo de equidad, toda vez que quienes están en los estratos uno, dos y tres tienen un tratamiento diferenciado fiscalmente y en pago de servicios públicos que quienes se ubican en los estratos más altos que proporcionalmente pagan más impuestos y servicios públicos. Eso suena razonable. Pero en México, sería considerado una discriminación por la obsesión de los estratos más bajos y algunos altos de ubicarse en el escurridizo concepto de la “clase media” como modelo políticamente correcto. Se prefiere buscar cómo burlar la ley, pero no legislar sobre esta materia de estratos que en Colombia nadie cuestiona ni, por tanto, ve mal. En México, no. En el país hay una sociedad aspiracional que prefiere pagar más que enfrentar la realidad cruda y dura de su realidad como punto de partida para salir adelante.
Pero en el ámbito de la corrupción, en el país hay más tolerancia que en muchos países del mundo entero. Va otro ejemplo puntual de lo que afirmo: En 1995 la sociedad sueca se conmovió porque su legisladora y Viceprimera Ministra, Mona Sahlin, fue sorprendida por un desvío de recursos públicos para fines personales a través del diario sueco Expressen como nota principal. En efecto, Sahlin tuvo la osadía de utilizar su Riksdag credit card (tarjeta corporativa para altos servidores públicos) para la compra no prevista en el presupuesto ni en la ley de dos barras del chocolate Toblerone por la cantidad equivalente a 35 dólares con 12 centavos. Esto fue conocido como el Caso Toblerone con consecuencias gravísimas para la vida pública de Sahlin quien fue obligada a dimitir de su candidatura al cargo de Primer Ministro de Suecia, a su cargo vigente de Viceprimera Ministra y legisladora y a estar fuera de la actividad pública por toda una década. Más todavía, debió escribir un libro un año después titulado Med mina ord (con mis propias palabras) para justificar el por qué había cometido esa grave falta en busca de la comprensión y el perdón de la sociedad sueca. Tercero. Distintas encuestas en Suecia hechas por la Universidad de Estocolmo y el Partido Social Demócrata sueco a lo largo de 1995 y 1996 revelaron que el acto de Sahlin fue un “abuso de confianza” y fue percibida como una política “poco transparente, insegura y no confiable”. En otras palabras, en Suecia el problema no fue (no es) la cantidad de la apropiación de recursos del erario para fines distintos a los previstos en la ley por un servidor público, sino el acto en sí mismo, el cual puede, como en el caso comentado, erosionar la confianza pública. La intolerancia a la corrupción cualquiera sea su origen, tamaño e intencionalidad ha hecho que en Suecia la sociedad pague uno de los más altos porcentajes de impuestos porque sabe –y lo puede verificar– que lo que paga se traduce en mejores escuelas, vialidades, hospitales, programas sociales que, en suma, mejoran su nivel de vida. En México el caso de Sahlin sería lo más normal, incluso están previstos todavía en diversas leyes los gastos de representación y socialmente esa conducta es vista como “normal”.
En México nadie quiere pagar impuestos tradicionalmente porque se tiene la convicción de que esos recursos irán a fines desconocidos y que es imposible, con todo y ley de transparencia, verificar el seguimiento puntual del dinero de los contribuyentes. Si la sociedad no se transforma y defiende sus derechos el Gobierno jamás lo hará, pues como dice Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo en política “nadie jamás va contra sí mismo”. El reto más importante reside en saber cómo somos y a partir de ahí iniciar un cambio gradual de actitudes que dejen atrás aquello que ha servido de lastre al país para avanzar en los hechos en reducir las asimetrías y tolerar lo que es tolerable y ser intolerante contumaz en lo que no se puede tolerar. Ello requiere antes definir qué es lo tolerable y qué lo que no lo es para poder avanzar como sociedad y no generar la dualidad de las máscaras de paz.