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"El Octavo Día"

"Historia de una real expedición filantrópica de la vacuna (1803)"

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EL OCTAVO DÍA
10/01/2021 13:17

    No todas las monarquías fueron tan maléficas. Tampoco todo los españoles que nos tuvieron 300 años bajo su égida.

    El Rey Carlos IV de España, el de la escultura de “El Caballito” de la Ciudad de México, apoyó y sufragó con fondos públicos al médico de la corte, el doctor Balmis, en su idea de una vacunación masiva de niños, a lo largo del Imperio.

    Lo que sensibilizó al autócrata fue que su propia hija, la princesa María Teresa, había sucumbido a la viruela, esa misma enfermedad europea que debilitó a los aztecas en el asalto a Tenochtitlan, dos siglos y dos tercios antes.

    El objetivo personal del Rey era en principio que la vacuna alcanzase a todos los rincones del Imperio español, ya que la poderosa fuerza del virus estaba ocasionando la muerte de miles de niños.

    Este fue uno de los viajes más bizarros que tiene como protagonista a la medicina y a la ciencia en el Siglo 19 y que hoy hemos olvidado. La real expedición filantrópica de la vacuna -nombre oficial histórico- inició el 30 de noviembre de 1803, cuando un barco salió desde La Coruña a cumplir esa misión rumbo al Nuevo Mundo.

    La intención no era solamente vacunar a la población local, sino establecer juntas de vacunación en las ciudades visitadas que garantizasen la conservación del fluido y la vacunación a las generaciones futuras.

    En 1805 se promulgó una real cédula mandando que en todos los hospitales se destinase una sala para conservar el fluido vacuno.

    ¿Cómo mover una vacuna por varios días en altamar, en una era sin aviones ni cuartos fríos, mucho menos contenedores térmicos? Usando envases humanos.

    La vacuna iría a bordo con un grupo de personas no vacunadas. A dos de estas se les inocularía el virus y se los separaría del resto. Hacia el final del proceso patológico se les extraería líquido de sus pústulas, destinado a las siguientes dos personas, y así sucesivamente hasta llegar a Sudamérica.

    No se buscaron voluntarios para esta cadena humana de virus; Balmis optó por llevar consigo 22 niños huérfanos de entre 3 y 9 años. (Temieron que en adultos se alterase el proceso).

    La misión consiguió llevar la vacuna hasta las Islas Canarias -donde se quedó un mes- Venezuela, Colombia, Eduardo, Perú y la Nueva España.

    El barco llevaba instrumental quirúrgico e instrumentos científicos, así como la traducción del Tratado práctico e histórico de la vacuna, de Moreau de la Sarthe, para ser distribuido por las comisiones de vacunación que se fundaron.

    En México, Balmis recogió 25 huérfanos para que mantuvieran la vacuna viva, durante la travesía del Océano Pacífico, a bordo del navío Magallanes.

    Partieron el 8 de febrero de 1805 del puerto de Acapulco rumbo a Manila, en Filipinas, llegando a dicha ciudad el 15 de abril de 1805. Y de ahí brincaron a China, aunque no era parte del Imperio español, a inocular a quien fuera posible.

    La expedición concluyó en 1810, dando la vuelta al mundo y pidió permiso al Imperio inglés para vacunar a la población de la remota Isla de Santa Elena, antes de acabar su viaje en Lisboa.

    “No puedo imaginar que en los anales de la historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este”, escribió el propio descubridor de la vacuna de la viruela, Edward Jenner.

    La viruela fue erradicada del mundo en 1979. Mucho tuvo que ver una gran campaña mundial, similar a la que hizo la entonces Unión Soviética.

    La escultura de Carlos IV alcancé a verla de niño en el Paseo de Reforma, pero este País que no tolera a los reyes, la mandó a un rinconcito más discreto frente al Palacio de Minería.