rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
Muchos planes mueren prematuramente. Demasiados proyectos fenecen en la plataforma de lanzamiento. Incontables sueños reposan en la sala de defunciones. Innumerables ideas terminan en el cesto de los desperdicios.
Su fracaso no radica en su enfermiza esencia, sino en la falta de voluntad y determinación para lograrlos. En efecto, todos ellos habitaron en el país de las buenas intenciones, pero nunca se les permitió emigrar al de las realizaciones.
En efecto, somos muchos los que postergamos (o procrastinamos, como se estila decir actualmente) el inicio de nuestros objetivos y metas, con lo que anulamos definitivamente cualquier avance, progreso y desarrollo.
¿Qué es lo que nos detiene? Las razones son muy variadas: miedo, inestabilidad, incertidumbre, comodidad, conformismo, falsas opiniones, erróneas creencias o algún otro factor que nos excusa y paraliza.
El problema no estriba en las aspiraciones, sino en la capacidad de compromiso y entrega de las personas, como lo subrayó Goethe: “A propósito de todas las iniciativas, hay una verdad elemental cuya ignorancia mata innumerables ideas y espléndidos planes: en el momento en el que uno se compromete de verdad, la Providencia también lo hace. Toda clase de cosas comienzan a ocurrir para ayudar a esa persona, cosas que sin su previo compromiso jamás habrían ocurrido”.
El escritor alemán destacó que las cosas comienzan a suceder cuando se toma la audaz decisión de iniciar: “Todo un caudal de sucesos se pone en marcha con aquella decisión ayudándole por medio de incidentes inesperados, encuentros insospechados y ayuda material que nadie hubiera soñado que pudieran ocurrir. Si sabes que puedes, o crees que puedes, ponte en marcha. La audacia tiene genio, poder y magia”.
Acierta quien dice que estamos llenos de gente con iniciativa, pero sin terminativa.
¿Hago que las cosas sucedan? ¿Convierto las intenciones en acciones?