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El Gobierno de la Nación acaba de publicar una “Guía Ética para la transformación de México”, en la que se establecen 20 puntos fundamentales para lograr una convivencia más justa y armónica entre todos los ciudadanos.
En la presentación del documento, se dice: “La difusión y el reforzamiento de valores éticos permite superar rupturas y fracturas, fortalece el respeto de las personas a sí mismas y a los demás, construye confianza, facilita los acuerdos y la colaboración e impulsa de ese modo el desarrollo de sociedades fuertes, libres y justas”.
A continuación, se señala de dónde provino ese deterioro ético: “El régimen neoliberal y oligárquico que imperó en el país entre los años ochenta del siglo pasado y las dos primeras décadas del Siglo 21 machacó por todos los medios la idea de que la cultura tradicional del pueblo mexicano era sinónimo de atraso y que la modernidad residía en valores como la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito personal en contraposición a la fraternidad y a los intereses colectivos”.
Añadió: “los más altos funcionarios dieron ejemplo de comportamientos corruptos y delictivos y de desprecio por el pueblo y hasta por la vida humana... Los comportamientos corruptos proliferaron también entre organizaciones sindicales, agrarias, y de la sociedad civil y se extendieron incluso al seno de núcleos familiares. Se distorsionó y erosionó la ética que ha caracterizado al pueblo mexicano a lo largo de su historia y ello tuvo como consecuencia un declive moral generalizado en el país”.
Es loable que se busque un renacimiento ético; sin embargo, no basta un documento para lograrlo. Menos aun echando toda la culpa a funcionarios anteriores, mientras los actuales se proclaman inmaculados. Esta administración ha reforzado la fractura y confrontación con sus discursos maniqueos.
¿Me comporto éticamente?
