@fgarciasais
El diseño de las instituciones y la creación de normas que regulen su funcionamiento puede partir de dos grandes paradigmas: Considerar que los operadores que estarán a cargo de las instituciones y las personas que indefectiblemente se vincularán con ellas harán lo que razonablemente se espera o, por el contrario, asumir que habrá desviaciones razonables y que, por lo tanto, es necesario prever consecuencias sancionadoras o correctivas para evitar futuras desviaciones conductuales. Dos modelos, pues, uno utópico y uno realista.
Cualquier modelo que se jacte de ser racional partirá de la premisa establecida en un segundo orden; es decir, que las personas pueden “violar el derecho”, transgredir las normas o actualizar las diferentes conductas previstas en los tipos penales.
No obstante lo anterior, los valores inherentes a las instituciones son importantes y se construyen, no solamente en la etapa del diseño sino en la etapa de la implementación cotidiana. Así, en las sociedades civilizadas, los ciudadanos legítimamente saben qué esperar de otros ciudadanos, y muy importantemente, en sus relaciones cotidianas con las autoridades. Las autoridades actúan homogéneamente y en términos generales consistentemente, no a contentillo o caprichosamente.
Pasarse el semáforo es una violación a una ley administrativa para la cual hay prevista una consecuencia normativa, de la misma manera que hay un delito para el caso de que alguien ingrese en un domicilio sin la autorización del dueño o disponga de bienes que no le pertenecen o, en suma, altere la paz y el orden que las normas buscan.
Si cuando las relatadas situaciones se presentan, las consecuencias previstas en las leyes quedan al arbitrio discrecional y voluble de quien tiene el mandato legal de hacerlas efectivas, asistimos a un espectáculo en el que la pérdida de la confianza en las instituciones comienza a edificarse.
Cuando la inteligencia institucional es derrotada y en actos tan infantiles como el de tirar basura en la calle, hacer ruido excesivo, disponer del espacio público para fines privados, y un largo etcétera de situaciones cotidianas, la utilización de la neurona pública en situaciones complejas que requieren la actuación precisa, coordinada, disciplinada, y que produzcan efectividad en el funcionamiento del Estado tendrá altas probabilidades de quedar atascada derivado de la atrofia inercial en la que se encuentra.
El diseño de las normas, la operación de las instituciones y el ejercicio del servicio público requieren de mucha técnica, preparación y talento. Doy por sentado que existen valores como la honradez y honestidad. Gobernar sin técnica es el método infalible para la descompostura institucional.