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“Más vale el odio que la indiferencia. El rencor hiere menos que el olvido”, dice el poema El último ruego, del escritor peruano Federico Barreto, musicalizado por Rafael Otero López como la canción Ódiame, la cual ha sido bellamente interpretada por grandes artistas de la talla de Julio Jaramillo, Los Panchos y José Feliciano, entre otros.
Sí, en verdad es peor la indiferencia que el odio, como subrayó el Papa Francisco al reunirse el sábado 19 con miembros de la Fundación Banco Farmacéutico, a quienes les recordó que la “marginalidad farmacéutica” (es decir, los pobres sin acceso a medicamentos) ha contribuido mucho a la globalización de la indiferencia.
“Quien vive en la pobreza es pobre en todo, incluso en las medicinas, y por lo tanto su salud es más vulnerable. A veces se corre el riesgo de no poder recibir tratamiento por falta de dinero o porque algunas personas en el mundo no tienen acceso a ciertos medicamentos”, expresó el Pontífice.
Resuelto añadió: “Desde el punto de vista ético, si existe la posibilidad de curar una enfermedad con un medicamento, éste debería estar al alcance de todos, de lo contrario se comete una injusticia”.
Especificó que la actual crisis sanitaria recrudece esta situación: “La reciente experiencia de la pandemia, además de una gran emergencia sanitaria en la que ya ha muerto casi un millón de personas, se está traduciendo en una grave crisis económica, que sigue generando personas y familias pobres que no saben cómo salir adelante”.
El Papa reiteró: “Repito que sería triste si al proporcionar la vacuna se diera prioridad a los más ricos, o si esta vacuna se convirtiera en propiedad de esta o aquella nación, y ya no fuera de todos. Debe ser universal, para todos”.
¿Contribuyo a globalizar la indiferencia?