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Como cada tres años, la publicación del resultado del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes, conocido por su sigla inglesa PISA, ha mostrado el pobre desempeño del sistema educativo mexicano y la incapacidad de los sucesivos gobiernos, desde principios de siglo, para mejorarlo. México ocupa el último lugar entre los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), el club de países principalmente ricos al que nuestro país ingresó en los tiempos del espejismo salinista, que nos ubicaba ya a las puertas del primer mundo, y en ese lugar ha permanecido desde hace dos décadas, cuando la prueba se comenzó a aplicar y es el número 57 entre los 70 países que realizaron en 2018 el examen. Los resultados han sido consistentemente malos en las siete ocasiones en las que se ha aplicado la prueba, enfocada en las competencias de los jóvenes escolarizados de 15 años en lectura, ciencias y matemáticas.
Mientras que en matemáticas los estudiantes mexicanos tuvieron algún repunte después de las dos primeras ediciones de PISA, para volver a caer en las últimas dos, los puntajes en lectura y ciencias de este año son los mismos que se obtuvieron en la primera edición, hace 20 años, con una caída notable en 2003, recuperada a partir de 2006, para mantenerse alrededor de los mismos rangos en las ediciones siguientes. Entre los países de América Latina, Chile ha superado año tras año a México y en esta ocasión queda 10 lugares arriba, con una ventaja de más de 20 puntos en lectura, de casi 10 en matemáticas y de casi 20 en ciencias. Se calcula que 20 puntos de diferencia significan un año de ventaja en nivel de escolaridad. Si comparamos los resultados de México con los del primer lugar, que es una de las regiones de China participantes, la diferencia es de más de 100 puntos, lo que quiere decir que los jóvenes chinos de 15 años aventajan a los mexicanos en algo así como cinco años de estudios.
Sin embargo, el estancamiento en los resultados de la prueba no es exclusivo de México. En estos días han aparecido notas en la prensa de Francia, de España y de otros países que lamentan los pobres resultados de sus sistemas educativos y constatan el hecho de que en dos décadas no han logrado mejoras sustanciales e incluso ha habido casos de retroceso. Francia se sitúa en los tres campos evaluados apenas unos puntos arriba de los promedios de la OCDE, mientras que España queda unos puntos abajo. México, sin embargo, queda alrededor de 60 puntos abajo del promedio de la OCDE, unos tres años lectivos de desventaja.
Cuando se creó la prueba PISA, en los albores de este siglo, se pensó que las evaluaciones estandarizadas recurrentes se convertirían en un instrumento que impulsaría la mejora general de los sistemas educativos, pues se podrían contrastar políticas y estrategias y copiar buenas prácticas. Sin embargo, después de dos décadas, la mejora de los sistemas educativos se ha mostrado mucho más difícil de lo esperado. Según The Economist, la revista británica de política y economía, los resultados pertinaces muestran que el desempeño educativo depende más de aspectos culturales de los países -de su institucionalidad informal, diría yo- que de las políticas públicas aplicadas o del gasto, pues países con niveles similares de inversión tienen desempeños distintos y después de cierto nivel de gasto -alrededor de 60 mil dólares por estudiante- las mejoras son irrelevantes.
El caso es que en México los sucesivos gobiernos han fracasado en mejorar la educación. Si la hipótesis cultural es cierta, una razón importante del bajo desempeño educativo sería la falta de demanda social de una educación eficaz para lograr competencias adecuadas en los temas analizados por PISA. El sistema de incentivos arraigado en la sociedad mexicana, resultado del arreglo institucional, hace que no se exija mejor educación debido a que para conseguir empleo público es más útil tener conocidos que conocimientos y que el empleo en el sector privado también dependa de redes de confianza personal y familiar, más que de competencias técnicas, mientras que la industria exportadora se ha orientado a beneficiarse de los bajos salarios y no busque capital humano especializado.
De cualquier manera, la experiencia comparada extraída de los resultados de PISA muestra datos que podrían se utilizados para mejorar las políticas educativas. Por ejemplo, la experiencia china hace evidente que es más relevante la buena capacitación de los profesores que el tamaño de los grupos. La buena capacitación magisterial también es la causa de la notable mejora que mostró Finlandia, aunque ahora sus resultados parezcan estancados.
El resultado de México en la prueba PISA 2018 hace evidente el fracaso de la malhadada reforma educativa de 2013, a pesar de que estudios focalizados muestres algunas mejoras puntuales producto de la fallida profesionalización. En la foto panorámica que muestra PISA no hubo mejora alguna, lo que es atribuible a los enormes obstáculos que enfrentó su puesta en marcha y al hecho de que las reformas educativas requieren de períodos más largos de tiempo para arrojar resultados.
Ahora el reto es para la llamada Nueva Escuela Mexicana, lanzada por el actual gobierno sobre la base de la contrarreforma aprobada este año y sin asignaciones presupuestales para impulsarla. Veremos si en tres o seis años se da alguna mejora, aunque es casi seguro que la educación siga estancada y los jóvenes que tengan 15 años al final de este sexenio sigan sin tener las competencias necesarias para competir por los empleos que la economía mundial genere entonces, pues la apuesta de este gobierno no es la mejora educativa, sino la pacificación del magisterio y su mantenimiento como clientela política controlada.