Editorial
Sí, es importante que las cifras de criminalidad se muevan a la baja y que los números presenten menos víctimas que años anteriores. Pero la reducción deja de ser importante, precisamente, cuando siguen presentándose víctimas de la violencia en las familias.
En Sinaloa, el mensaje oficial se ha enfocado en resaltar que el nivel de homicidios en la entidad ha ido a la baja y busca mostrarse a la entidad como un lugar seguro, aunque la violencia siga manifestándose a diario.
Y sí, tal vez el número de muertos sea menor que en otros períodos, pero habría que ver si eso realmente obedece a una estrategia del Gobierno o otras circunstancias en el que las autoridades no tienen injerencia.
Pero lo que sí es evidente es que los planes de las autoridades para contener los hechos de inseguridad son tan frágiles, que hechos violentos, aunque menos, se siguen presentando de manera frecuente.
La manera en la que un comandante de la Policía Ministerial fue asesinado en Culiacán la mañana del miércoles, afuera de su casa, muestra precisamente la fragilidad con la que se ha diseñado la seguridad en Sinaloa.
Porque pareciera no importar quién será la víctima: al final, quienes van a asesinar tienen las condiciones y el momento para llevarlo a cabo.
Más allá de las cifras, que siempre será positivo que sean menores a otros años, lo que debiera estar a evaluación son los planes de seguridad que promueve el Gobierno: ¿en qué consiste?, ¿a qué aspira?, ¿quién lo implementa?, ¿quién lo lleva a cabo?
Porque de sus fortalezas y debilidades podría abrirse la oportunidad para llevar a cabo los cambios que permitan contar con un Sinaloa más seguro, con programas que atiendan la raíz de la violencia y que se resuelva de manera integral.
Siempre será bueno que haya corporaciones en disposición de atender los casos extraordinarios, pero será mucho mejor cuando la población pueda salir de sus hogares con la certeza de que estará de vuelta. Eso sería lo mejor.
