SinEmbargo.MX
Escribo esta columna con mucha pesadumbre y desasosiego. Primero, pensé dedicársela a la manifestación feminista del viernes 14 de febrero en la Ciudad de México, en protesta por el feminicidio de Ingrid Escamilla; a comentar la manera, totalmente vergonzosa, en que el Gobierno de Claudia Sheinbaum respondió a ella. Un operativo policiaco represivo e intimidante sobre mujeres que fueron rociadas con extinguidores y con gases pimienta por policías, que tenían la encomienda de proteger los monumentos ante todo, como si los monumentos fueran más importantes que las vidas de mujeres. Como debieran, en realidad, proteger a mujeres que a diario son agredidas, violadas y asesinadas en las calles de esta ciudad.
Ver el despliegue policiaco me hizo recordar, con indignación y decepción, los operativos y encapsulamientos que solía hacer la policía de Mancera, evidenciando que la Ciudad de México, ha vuelto a ser tomada por el garrote, ahora en manos de la Jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, contra mujeres feministas. Ver como las agredían con gas para proteger las vallas de madera que rodean a El Ángel, para bajarlas de las escalinatas, me dejó estupefacta.
De eso pensaba hablar hoy y, también, de la respuesta del Presidente ante los cuestionamientos que la periodista y activista Frida Guerrera le hizo ese mismo día por la mañana y en la que se le ocurrió un decálogo que no hizo sino evidenciar que el Presidente López Obrador no tiene ninguna sensibilidad para el tema de la violencia de género, ni la entiende, ni le preocupa, ni contempla políticas públicas para atacarla. Un Presidente que confunde delitos cometidos contra mujeres con malos comportamientos que merecen “regaños” y explicaciones morales.
En eso estaba yo pensando cuando se dio a conocer, el fin de semana, el hallazgo del cuerpo de una niña de corta edad en bolsas de basura en la Alcaldía de Tláhuac, en la Ciudad de México. El lunes nos enteramos que tenía nombre, se llamaba Fátima Cecilia y tenía 7 años. Pronto conocimos la tragedia: su madre llegó unos minutos tarde a recogerla a la escuela, pero ya la habían raptado. Más tarde sabríamos que la escuela solía sacar a los niños y dejarlos en la calle y que a Fátima se la llevó una mujer con ella. Los familiares intentaron poner la denuncia en una Alcaldía, luego en otra, se pusieron a buscarla, consiguieron videos. Durante cinco días, la Policía no hizo nada, nada al menos como lo que hizo cuando ya estaba muerta: publicar la foto de la raptora, seguirle la pista, interrogar gente. Fue hasta que la encontraron asesinada, tirada en bolsas de basura y salió en los medios, cuando decidieron hacer algo. Todo ardió en las redes, en la opinión pública, entre las mujeres feministas, porque si ya la indignación por el asesinato de Ingrid Escamilla había encendido la llama y más precisamente la filtración de las fotografías de su cuerpo maltratado, el asesinato de Fátima lo volvió una hoguera.
La Fiscalía, sumida en la incompetencia, junto con la Jefa de Gobierno, quien antes se atrevió a contestarle a la prensa que la cuestionaba sobre la marcha feminista “ahorita no”, cometió actos de comunicación garrafales, tratando de criminalizar a la madre de Fátima, publicando una tarjeta informativa del DIF que buscaba desviar la atención de su propia actuación, generando molestia y más indignación, dando informaciones contradictorias y completamente fuera de lugar sobre los padres de la niña.
En escasos cuatro días, pudimos ver el verdadero rostro del Gobierno, tanto local como federal. La cadena de cosas que ha ocurrido no hace sino evidenciar asuntos muy graves para las mujeres que pueden resumirse en una: estamos indefensas, el Estado es nuestro enemigo. El Estado nos dejará, de niñas, en la calle indefensas, sacándonos de la escuela; si nos secuestran, la Policía no hará nada para encontrarnos; si nos asesinan, la Fiscalía culpabilizará a nuestras madres buscando evidenciarlas, mientras los gobernantes dirán “ahorita no” o “el problema del feminicidio es producto del neoliberalismo, la falta de amor y cariño”, e intentarán cambiar el tema. Si acaso hay fotos de nuestro cadáver humillado, el Estado las filtrará a la prensa misógina y amarillista que a su vez, dirá que nos mataron “por amor”. Si acaso se nos ocurre protestar y salir a la calle llenas de rabia e indignación, lo que nos espera es una cantidad enorme de policías que evitarán que rayemos sus paredes, sus monumentos, con nuestra rabia y nuestras palabras heridas, nos encapsularán, nos rociarán con extintores y con gas lacrimógeno. Todo para que no alcemos la voz, escribamos sobre las piedras lo que no quieren escuchar, les ofende.
Esa es nuestra terrible realidad, y esa es la explicación de por qué las mujeres están en las calles y por qué estarán más que nunca, rayándoles sus paredes al poder, al Estado. No tenemos otra opción más que gritar, salir a gritar a la calle que no aceptamos ya que maten a ninguna más, con la complicidad de todos. Esa es la explicación de por qué encontramos tan ofensivas las explicaciones del Presidente cuando quiere adoctrinar a los “malos” y dice que, en unos años, “se requiere tiempo”, el amor llegará a las familias mexicanas y dejarán de matarnos.
Y es que aquí vale la pena repetirlo: nos están matando. Tal vez, el lenguaje ya se diluyó lo suficiente para transmitir con eficacia la barbarie: por eso hay que repetirlo, una y otra vez, escribirlo en todos los muros y monumentos: nos están matando. Están matando a niñas de 7 años, a mujeres de 20, a mujeres de 30, a mujeres de todas las edades. Las están tirando en bolsas de basura, en canales, en baldíos, en el desagüe, desapareciéndolas. Cada semana, somos advertidas de lo que vale nuestra vida, de que en México cualquiera puede matar a una mujer porque no pasa nada. Ya las autoridades harán un escándalo, simularán que les indigna, echarán a andar el mismo discurso de siempre, pero no harán nada, absolutamente nada, para cambiar las condiciones que permiten que nos asesinen: volverá a suceder una y otra y otra vez, porque no hay políticas efectivas, porque en los ministerios públicos no les dan importancia a nuestras denuncias de maltrato, desaparición, amenazas, violación, porque nadie los investigará o lo hará deficientemente, porque nos atacan en el espacio público, en la calle, los parques, el transporte, en los taxis, en los espacios privados y no hacen nada para evitarlo: sigue pasando. Los jueces seguirán diciendo “no fue violación porque no hubo penetración, salvo con los dedos”, liberando a los asesinos; los legisladores, demagógicamente, aumentarán las penas, como si eso produjera que un policía, un ministerio público, hiciera su trabajo.
Y sí, mientras no atiendan el problema desde todos los ángulos a través de políticas públicas prioritarias, seguirá pasando. Mientras sigan diciendo “ahorita no”, mientras el gobierno de Andrés Manuel López Obrador siga desprotegiendo a las mujeres como ha hecho desde que llegó al poder, dejándolas sin estancias infantiles, sin refugios, reduciendo el presupuesto para los programas de género, seguirá ocurriendo.
Parece una burla, y tal vez lo es, que el Gobierno pretenda combatir los feminicidios con una “constitución moral”. Una burla humillante que lo único que ha hecho es revelar que nuestros gobernantes no tienen ninguna empatía real con víctimas, pero peor aún, están convencidos de que no tienen ninguna responsabilidad en estos crímenes. Bueno, pues eso venimos a decirles cuando escribimos “feminicidas” en El Ángel, en las puertas y muros de Palacio Nacional: sí son responsables, el Estado es responsable. Es responsable de que una niña de 7 años pueda asistir a una escuela pública sin que a la salida la abandonen en la calle, es responsable de que haya delincuentes que matan a niñas y mujeres impunemente, es responsable de no buscarla con eficacia priorizando su vida desde el primer minuto, es responsable de que una niña pueda ir a la escuela sin que la maten porque a su madre se le hizo tarde para recogerla: es responsable.
Claudia Sheinbaum, así le incomode el tema y no tenga ni un gramo de empatía, es responsable. López Obrador, la cabeza del País, es responsable de atender el problema con políticas prioritarias y no con prédicas; y la primera y apremiante responsabilidad de las mujeres, señores y señoras gobernantes, es decírselos. Es gritárselos hasta que lo escuchen, es escribírselos en piedras y monumentos, si es preciso, hasta que lo entiendan. Es poner el cuerpo y la voz por las que ya no pueden hacerlo, por Fátima Cecilia, por Ingrid, por Valeria, por todas aquellas que fueron asesinadas o están muy débiles. Es exigirle justicia al Estado para ellas, para todas; es llorarlas con rabia y con dolor, pero también con esperanza y entereza.
Las mujeres han cumplido, con dignidad y valor, señora Sheinbaum, señor López Obrador, es hora de que ustedes cumplan: ni una más.