La personalidad es un constructo psicológico integrado por muchas diferencias individuales, como forma de pensar, actitudes, habilidades, sentimientos, rasgos, cualidades, emociones y otras características que constituyen el modo de ser.
Fue clásica la definición de persona que dio Boecio: “sustancia individual de naturaleza racional”. En el Siglo 20, Gordon W. Allport definió la personalidad como: “la organización dinámica de los sistemas psicofísicos que determinan una forma de pensar y de actuar, única en cada sujeto en su proceso de adaptación al medio”.
Sin embargo, en la época actual parece que estamos vinculándonos al concepto primigenio de persona. Originalmente, se llamó persona a la máscara que usaban los actores en el teatro griego, porque con ella querían semejarse lo más posible –incluso emitiendo sonidos- a quien estaban representando.
Hoy, se quiere sustentar la personalidad en los rasgos físicos (que son únicamente una máscara de la auténtica personalidad), razón por la cual han aumentado las cirugías estéticas, como señaló el escritor Max Romano en su libro Azotes de nuestro tiempo:
“Si uno es incapaz de vivir con el propio cuerpo, si uno no sabe envejecer o aceptarse con dignidad, el problema no está en la nariz o en las orejas o en los glúteos o en las arrugas, sino en la cabeza. Por muy importante que se considere la apariencia física, el camino fácil de la cirugía estética es mendaz porque no toca el problema principal, que es la falta de personalidad. Esto es precisamente lo que implica esa búsqueda ansiosa de modelos exteriores, y el resultado de ello es que la máscara que nos hemos construido, no encontrando hacia dentro la resistencia de una verdadera personalidad y una seguridad en sí mismo, de alguna manera penetre en profundidad y nos imprima su sello”.
¿Sustento mi personalidad?
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