Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
Sí, era inevitable que los contagios volvieran a aumentar, y a escala muy peligrosa, con la reactivación de actividades económicas no esenciales y la reapertura de espacios públicos. No es posible creer que lo ignoraran las autoridades federales, estatales y municipales del País. Y si los empleadores y trabajadores llegaron a pensar que eso no sucedería, pues qué ingenuos.
Ya lo habíamos visto en Estados Unidos, China, Chile, Argentina y prácticamente en cualquier otra nación que lo hubiese hecho. Si México dio licencia fue porque, al igual que en los demás países, había una enorme presión de empresarios y trabajadores, y también necesidad de recursos públicos. Esto último era imposible de obtener si el aparato productivo no se echaba a andar nuevamente.
Pero esa decisión en un país como el nuestro los riesgos son mucho mayores. En este espacio periodístico he insistido en la tesis de que la estructura económica de México, con más del 50 por ciento de sus trabajadores en el sector informal, hace absolutamente imposible un confinamiento riguroso. El cual fue factible en otras sociedades, donde la empresa y el empleo es formal prácticamente en su totalidad, pero no en aquellas como Perú, Bolivia, Guatemala, Nicaragua o México donde predomina la informalidad.
Pero el problema de México, y también de otros países latinoamericanos -hay que insistir-, no es tan solo la estructura económica sino también prácticas culturales y sociales de amplios sectores sociales muy poco respetuosos del orden, organización y disciplina. Lo sorprendente es que incluso naciones como la estadounidense, que desarrollaron y mantuvieron un amplio respeto por la normatividad y la organización, producto de un antiguo capital social, en la actual etapa histórica vemos como se está resquebrajando rápidamente tanto por sus crecientes conflictos sociales, una creciente desigualdad en el ingreso y el aumento de un ansioso y muchas veces vacío hedonismo, lo cual se refleja , al margen de la pésima conducción sanitaria de Donald Trump, en un desorden social que hace inevitable la expansión del coronavirus.
Baste recordar las imágenes que vimos en redes sociales, televisión y periódicos de las playas de California, Texas y Florida, una vez que se autorizó el regreso a los espacios públicos, para comprobar que el grueso de la gente no respetó las exigencias sanitarias, y que semanas después los contagios volvieron a subir como la espuma.
Bueno, pues eso ya está empezando a suceder en México en general, y en Sinaloa en particular. Era inevitable.
Bastaba leer las noticias de lo que sucedía en las playas de Guasave, Escuinapa y Alatata, o echar un vistazo al malecón de Mazatlán y a los restaurantes de Playa Norte, así como enterarse de lo que pasa en los hoteles del principal puerto sinaloense para saber que los contagios vendrían en cascada.
Lo que no sabemos es si un nuevo contagio masivo llevará a las autoridades a pedir que se cierren nuevamente los hoteles y espacios públicos. En California se vieron obligados a hacerlo.
Y no deja de sorprender que el Secretario de Turismo de Sinaloa diga que para agosto se espera hasta un 75 por ciento de ocupación, cuando lo recomendado por las autoridades sanitarias es que no se rebase el 40 por ciento. En realidad, los números de Óscar Pérez Barros son muy alegres, pero el simple hecho de anunciarlos habla de la poca atención que se le está poniendo a un tema en extremo delicado.
Otra autoridad turística que presume optimismo es Miguel Torruco, Secretario de Turismo federal, cuando declara el pasado miércoles que si el Semáforo Epidemiológico baja al nivel de amarillo para el próximo octubre sería posible que se salvara la temporada turística de invierno, en la cual predominan los extranjeros en destinos como Cancún y el conjunto de la Riviera Maya, Nuevo Vallarta y Los Cabos, y que en Mazatlán, sin ser tan abundantes como en las playas anteriores, sí son de relevancia para la economía del sur de Sinaloa.
Ojalá se hiciera el milagro, pero ver el comportamiento de los turistas mexicanos en nuestras playas desalienta los pronósticos benignos.
Posdata
Varios de los intelectuales más relevantes de México firmaron una Carta Electoral en la que llaman a crear una alianza electoral que derrote a Morena en las elecciones de 2021 y 2024 porque se manifiestan “contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”. Para ellos, además de que la política sanitaria lopezobradorista es de una “austeridad suicida” y se ha opuesto a “aceptar un acuerdo nacional para reactivar la economía (…) “utiliza la pandemia para acelerar la demolición del Estado y el control de los poderes”.
La respuesta de AMLO no sorprende, pero sí la de Dante Delgado, el principal dirigente de Movimiento Ciudadano, el partido que cree tener en Enrique Alfaro, Gobernador de Jalisco, el mejor candidato de la Oposición en 2024, cuando les pide a los intelectuales que no dividan y que mejor piensen en una “alternativa progresista” que, obviamente, es la de su instituto.
La pretensión de este grupo de intelectuales de ser parte de una alianza electoral opositora, ¿o pretenderán dirigirla?, va a ser ignorada por los políticos. Rara vez un intelectual sabe hacer política real y eficaz. Si acaso, es un buen consejero.