Entre la sustentabilidad y el suicidio

    Mientras el sistema agrícola imperante vuelve infértil la tierra y es uno de los mayores contribuyentes al cambio climático, y mientras el Covid-19 expone la alta vulnerabilidad de la población humana a este virus por las enfermedades crónicas no transmisibles generadas por una pésima alimentación, los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea se oponen e impiden que en las nuevas directrices para sistemas alimentarios que presentó Naciones Unidas se use el concepto de alimentos ultraprocesados y se señale la necesidad de que estos sistemas alimentarios sean sustentables.

    Los alimentos ultraprocesados son la causa principal de las epidemias de enfermedades crónicas no transmisibles. Estos productos fueron desarrollados en el Siglo 20 y a partir de la segunda mitad de ese siglo comenzaron a extenderse por todo el globo terráqueo, desplazando las gran riqueza y diversidad de dietas creadas durante siglos y milenios de relaciones de diversas sociedades con su entorno. La introducción de esos alimentos ultraprocesados en la dieta en todos los continentes se realizó por un grupo reducido de megacorporaciones. Las enfermedades crónicas no transmisibles son la principal causa de enfermedad y muerte en el mundo.

    Estas megacorporaciones tienen un poder económico superior al de varias naciones y las naciones que son su sede actúan bajo sus intereses. Es así que se niegan a que las directrices de Naciones Unidas sobre sistemas alimentarios reconozcan el daño de estos productos a la salud de la población, reconozcan el impacto de las creciente epidemia de obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cánceres, vinculada al consumo de estos productos. Hemos llegado a ese extremo en que el poder de estas megacorporaciones imponen sus intereses, no sólo a escala local y nacional, también a escala global sobre Naciones Unidas, en un camino de destrucción y daño.

    Por su parte, el sistema agrícola imperante se desarrolló también en un proceso de expansión y desplazamiento de los sistemas tradicionales de producción de alimentos. Este sistema está basado en el uso intensivo de agroquímicos e insumos provenientes también de un reducido grupo de megacorporaciones que no sólo controlan la producción y comercialización del paquete tecnológico necesario para producir y entrar en el mercado convencional, controlan también las propias semillas y promueven políticas para que los gobiernos prohíban a los campesinos guardar e intercambiar semillas. Este sistema contribuye en gran medida al cambio climático, al agotamiento de los suelos, a la contaminación de la tierra, agua y alimentos. Sin embargo, nuevamente, Estados Unidos y las naciones europeas se niegan a que se hable en las directrices de sistemas alimentarios sustentables, que se cuestionen los daños de este sistema.

    Tenemos la posibilidad de desarrollar sistemas agrícolas sustentables y una alimentación saludable en base a los conocimientos tradicionales, los avances científicos y los desarrollos tecnológicos adecuados. Todo ello aportando formas de producción y consumo que pueden no sólo ser sustentables y saludables, también socialmente justas, combatiendo la pobreza. Sin embargo, los intereses de las grandes corporaciones lo impiden.

    Vayamos de lo macro del sistema alimentario y la salud humana a lo más micro. El efecto destructivo del sistema alimentario imperante, que va desde una agricultura intensiva en el uso de agroquímicos hasta el consumo final de los productos ultraprocesados, se puede observar en lo que da origen a la salud del suelo y de nuestro organismo: la microbiota.

    Lo primero que se reconoce es que un suelo fértil es un suelo con una rica y diversa población de microbios y que un cuerpo humano saludable requiere una rica y diversa microbiota, en especial, de una buena microbiota intestinal, donde reside el corazón de nuestro sistema inmunológico.

    El desarrollo tecnológico dirigido por los intereses económicos y no por la búsqueda del bienestar de la población, se ha enfocado en cómo obtener la mayor ganancia en el menor tiempo posible, sin importar sus efectos, sus impactos. Esta lógica se impuso sobre la ciencia de interés público que busca observar para mantener la riqueza del suelo y la salud de las personas. El poder económico ha dirigido la ciencia de interés privado a forzar el sistema, a que la tierra produzca lo más posible sin importar el daño al suelo, al agua, a la salud. Se ha enfocado en producir la mayor cantidad de “alimentos”, al menor precio y en el menor tiempo, para hacerlos hiperpalatables, sin importar que no alimenten y que dañen la salud.

    Hay otro conocimiento tradicional, científico y tecnológico, desde la agricultura sustentable, que reconoce la necesidad de mantener la riqueza del suelo al mismo tiempo que se producen alimentos, y otro que habla de la necesidad urgente de restablecer la riqueza de nuestra microbiota intestinal, de nuestro sistema inmune, a través de una alimentación saludable.

    Tenemos más microbios que células en nuestro cuerpo, al igual que en un centímetro cúbico de tierra pueden encontrarse decenas de millones de microorganismos, en nuestra microbiota intestinal hay millones que nos permiten mantener nuestro sistema inmune. Dependemos tanto de los microbios que el estado de salud de nuestro organismo depende de la riqueza y buen estado de su población, en especial, de la que se encuentra en nuestros intestinos. Empiezan a aparecer estudios dirigidos a evaluar la relación del estado de la microbiota intestinal con la severidad del Covid-19 y, sin duda, podemos afirmar que hay una relación entre la dieta, la microbiota y la severidad del Covid-19.

    Por su parte, el estado de salud de la tierra, su fertilidad, depende también de la riqueza y el buen estado de su microbiota. Haciendo un símil entre la riqueza del suelo en un espacio urbano reducido y la riqueza en un suelo agrícola, podemos pensar en qué estamos devolviendo a la tierra si llevamos una dieta basada en vegetales o una basada en ultraprocesados, además del bienestar que la primera da a la microbiota intestinal y el daño que la segunda genera. La primera dieta, basada en vegetales, genera residuos que no son basura y que pasando por una composta se convierten en abono para la tierra, se cierra el círculo. La segunda dieta genera residuos que son basura y que se convierten en contaminantes para la tierra durante siglos, no hay circulo, hay daño, destrucción.

    Los alimentos ultraprocesados y los antibióticos dañan nuestra microbiota intestinal, debilitando nuestra capacidad de respuesta a microorganismos dañinos que afectan nuestra salud, ya sean bacterias dañinas o virus. Por su parte, el uso de agroquímicos, como plaguicidas y herbicidas, arrasa con la microbiota de la tierra hasta volverla estéril. La agroecología y, en especial, la llamada agricultura regenerativa, se dirigen a recuperar y mantener la riqueza biológica de la tierra, su fertilidad. A su vez, la recuperación de la alimentación libre de ultraprocesados, basada en una dieta alta en vegetales, recupera la microbiota intestinal.

    La oposición de los intereses de las megacorporaciones se dirigen a bloquear tanto las directrices internacionales como las políticas nacionales destinadas a impulsar sistemas alimentarios sustentables y una alimentación saludable. Dentro del mismo Gobierno mexicano existe un grupo de funcionarios comprometidos a impulsar los sistemas alimentarios sustentables, reunidos en la iniciativa del Grupo Intersecretarial de Salud, Alimentación, Medio Ambiente y Competitividad, pero también existe un grupo de funcionarios y asesores ubicados en diversas dependencias, que trabajan en sentido totalmente contrario con ligas profundas con estas megacorporaciones y con profundos conflictos de interés.

    Lo que está en disputa es dar los pasos hacia la sustentabilidad, pasos tardíos y urgentes, o mantenernos en este sistema alimentario y de consumo que es una forma de suicidio, agudizando la degradación de los suelos agrícolas del planeta, la contaminación, el cambio climático y nuestra salud.