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"OPINIÓN"

"En defensa de Clío"

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    “Las pasiones, esa fuerza impelente que arrastra al hombre anulando su voluntad; ese es el verdadero peligro a la felicidad individual y política”.

    Madame de Staël


    Desatar pasiones es sencillo. Contenerlas, encauzarlas es un reto mayor. El uso político de ellas es perverso, riesgoso. Una de las tentaciones más frecuentes en los regímenes autoritarios o tiránicos, es reescribir la historia patria, borrar héroes e inventar otros, cambiar interpretaciones. Pero detrás de cada imagen histórica hay pasiones. El simple hecho de que, desde un gobierno, el que sea, desde el Estado se intervenga en un trabajo delicado que corresponde a los profesionales de la historia, es en sí una amenaza. La encomienda a los gobiernos no es reinventar a las naciones. Con ese afán se han desatado pasiones que pueden traer violencia.

    La ansiedad por conquistar la memoria de una nación en el extremo ha conducido a lecturas múltiples del tiempo, de ahí la variedad de calendarios: el gregoriano, el juliano, el musulmán, el chino, el hebreo. Detrás de cada uno de ellos hay una enorme construcción de hechos y mitos que esconden pasiones. Caso emblemático es el calendario impuesto por la Revolución Francesa. Otro doloroso ejemplo: en su intento de apropiación de la historia, Pol Pot, uno de los peores genocidas, aniquiló al 25 por ciento de la población de Kampuchea, hoy Camboya. Buscaba develar al “enemigo interno”. Parafraseando, la historia debe ser tocada con mano temblorosa.

    Reiterar al Rey de España y solicitar al Papa una disculpa por la Conquista, por lo ocurrido hace 500 años, es una intervención gubernamental que sólo agita pasiones. Nos llevó mucho tiempo poder asentar las atrocidades que se cometieron en ese período. Pero queda claro que ni Francisco, ni Felipe VI son responsables de ellas. España no existía, tampoco México, de qué estamos hablando. Además, nosotros también tenemos nuestros expedientes muy vergonzosos. ¿Acaso queremos que se ventile desde el exterior y con fines políticos la brutalidad de algunos de los grupos humanos originales de nuestro territorio? ¿Queremos de nuevo contraponer la visión del mundo de los mexicas, tlaxcaltecas, totonacas frente a los Derechos Humanos contemporáneos? Es un despropósito. Qué diríamos de la Guerra de Castas. En la Conquista y la Colonia hay capítulos de horror, pero también hay luces. Las naciones deben conservar su memoria, pero caminar a la convivencia civilizada. Ejemplos hay muchos, Alemania y Francia, el genocidio argentino, el guatemalteco, entre otros. Mejor discutamos el presente, qué decir del actual conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, de nuevo Armenia sufriendo, o las atrocidades en Venezuela. Nuestro silencio nos convierte en cómplices de Maduro, de Ortega en Nicaragua y otros. Retomemos con fuerza el maltrato y violaciones a los DD.HH. de los migrantes. Hablemos de los indígenas mexicanos y su condición.

    Discutir el presente y asumir posiciones es algo obligado por nuestras propias normas y por las convenciones y acuerdos internacionales, más ahora que tendremos la responsabilidad de un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, eso sí tendría sentido. Las absurdas disculpas dañarán aún más la relación con España y ahora con el Vaticano. La discusión de la Conquista ya se dio en 1992 con historiadores muy brillantes, Edmundo O’Gorman, José María Muriá o Guillermo Bonfil Batalla. Fue Miguel León Portilla, quien introdujo el concepto de “Encuentro de dos mundos”. Cómo agravante ahora resulta que la autoridad capitalina no devolverá la estatua de Colón a su pedestal en Reforma. ¿Acaso no tenemos todavía la madurez suficiente para encarar al personaje? Por cierto, cada 12 de octubre los defensores del purismo indígena danzan alrededor de Colón. Para algunos el mestizaje todavía es traición. Ese sí es un problema real y grave de intolerancia.

    Cuidado con las pasiones, mejor ocupémonos del doloroso presente y dejemos a Clío hacer su trabajo.