A raíz de la emboscada en Jalisco que dejó 15 policías muertos y 5 más heridos, circuló una carta en la que se afirma que cuando fallecen uniformados "la sociedad no protesta y no parece siquiera indignarse".
Tiene(n) razón el o los que la escribieron, y el hecho mismo de que esa misiva no lleve firma evidencia cómo no se considera políticamente correcto en México defender a un uniformado o afirmar que tiene derechos.
Y es que desde hace tiempo se ha establecido entre nosotros un patrón: ni los medios ni los grupos políticos ni los analistas se atreven a defender a los policías y soldados (con muy pocas excepciones) ni a condenar a los jóvenes, maestros, padres de familia, vecinos o comuneros cuando cometen desmanes (y todos hemos visto que eso sucede). Más bien se acusa a la policía y al Ejército de ser responsables de todo lo malo que sucede.
Por supuesto, esto no es gratuito. Hay una larga tradición en nuestro País de soldados y policías corruptos, violentos y represores. Como bien escribió hace algún tiempo Román Revueltas, "miles de individuos que visten de uniforme y que representan a la autoridad del Estado son meramente criminales o trabajan en escandalosa complicidad con los canallas".
Pero no todos.
Entonces, así como pedimos que se diferencie entre los ciudadanos que cometen fechorías y los que luchan por una causa justa y manifiestan una "dignidad rebelde", como dijo alguien en una carta a un diario de circulación nacional, así podríamos también diferenciar entre los uniformados que, como dijera hace casi medio siglo el cineasta Pier Paolo Passolini, son pobres, malpagados y enviados por el patrón gobierno con la obligación de obedecer. Y de aguantar, como manifestaron algunos de ellos hace un tiempo, cuando dijeron estar hartos de ser motivo de burla y agresión para la sociedad: "No somos payasos ni costales".
Entonces, una cosa es exigirle mejores comportamientos a los uniformados y otra es denigrarlos y descalificarlos en bola, a todos por igual, sean soldados o policías. Y, como en este caso al que me estoy refiriendo, pensar que su muerte no significa absolutamente nada.
El escritor español Javier Marías lo dice bien: "Siempre ha habido un gran atractivo en la derrota de los poderosos y en la resistencia a la autoridad, sobre todo entre los jóvenes y los aduladores de los jóvenes. Se está poniendo de moda ver a la policía como 'enemiga' en todas las ocasiones y como 'opresora' en sí misma. Esa moda ha llevado a que en varias ocasiones la policía haya sido acorralada, increpada, intimidada y ahuyentada". Su conclusión es importante: "No es tan bonito si se generaliza la noción de que la autoridad es el enemigo siempre".
Pero eso es lo que se está haciendo ahora, cuando a quienes cometen actos delictivos se les toma por héroes o, como en el caso del narco, simplemente se les deja fuera a la hora de la explicación de los hechos y se responsabiliza (y castiga) siempre a los uniformados.
No hay duda de que la sociedad mexicana ha avanzado mucho en la conciencia de la necesidad y la obligación de proteger los derechos humanos, pero también nos falta aprender que eso no es algo que sólo le corresponde hacer a las autoridades, sino también a los ciudadanos. También nosotros tenemos que respetar los derechos humanos, incluidos los de quienes visten uniforme. Tengo bien claro que esto es difícil de decir, y que hasta puede entenderse mal. Pero esta es la posición justa y correcta y no por miedo a la crítica hay que callarla. Así como es necesario investigar a fondo los casos en que el Ejército o la policía han intervenido y que afectaron a civiles, así también es necesario investigar los casos en que las víctimas son los uniformados. Y así como en aquellos casos hay que indignarse y exigir castigo a los responsables, así en estos casos también.
Escritora e investigadora en la UNAM.
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