rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
Según la mitología griega, Tiresias fue un hombre que no nació ciego, pero un infortunado encuentro con los dioses le hicieron perder la vista; sin embargo, a cambio se le otorgó el don de predecir el futuro.
Tras esta figura emblemática se esconde una gran verdad: los seres humanos no vemos clara y profundamente con los ojos sensoriales, la visión esencial se alcanza cuando no nos desparramamos en las cosas sensibles. Es muy conocida la aserción de Antoine de Saint-Exúpery: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.
En efecto, nuestra mirada tiende a ser fragmentaria y selectiva, por eso se dice que en ocasiones vemos el árbol pero no el bosque, o a la inversa. Incluso, a veces miramos sin mirar, o nos detenemos en un mínimo detalle sin percibir el panorama completo de las cosas.
Por eso, los ciegos pueden ser los mejores videntes, ya que al no distraerse con nada tienen la oportunidad de centrar su atención en lo verdaderamente importante y esencial. Los seres humanos padecemos una absurda ceguera interior, que muchas veces nos imposibilita encontrar nuestro auténtico camino y destino.
El mejor ejemplo de vidente ciego lo constituyó Jorge Luis Borges, quien quedó sin el sentido de la vista luego de padecer una miopía degenerativa posiblemente ligada a otras oftalmopatías.
En su Elogio de la sombra, escribió: “Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad... Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy”.
¿Centro mi mirada en lo esencial?