Manuel Clouthier
@ClouthierManuel
Con el regreso del PRI al poder en 2012 tuvimos uno de los gobiernos más corruptos de la historia de nuestro País. Por otro lado, el PAN había gobernado dos sexenios consecutivos sin sentar bases del verdadero cambio que prometieron en el año 2000.
Los panistas como partido en el poder se mimetizaron con el PRI y en lugar de cambiar al sistema, el sistema los cambió a ellos. Es increíble que en 12 años de gobiernos panistas no haya existido una cruzada contra la corrupción. Ambos, priistas y panistas, en el Gobierno federal y en los estados, se olvidaron de la gente y nunca construyeron una economía social de mercado.
Así llegamos a la elección de 2018 y muchos temían que llegara la izquierda al poder; pero la gente ya estaba harta y reclamaba un cambio. En la trilogía ideológica el PRI y el PAN ya habían tenido su oportunidad, la izquierda no había gobernado.
En democracia el que se equivoca pierde, y en 2018 el PRI no era opción, tenía el voto de castigo por el corrupto gobierno de Peña Nieto. Quedaban dos opciones: la mejora continua que significaba hacer lo mismo pero mejor; o un cambio disruptivo que nos llevara a hacer cosas diferentes… pero para mejorar.
La mejora continua la representaba un joven ambicioso, y el cambio disruptivo lo representaba un viejo testarudo. Por eso les dije toda mi campaña: “por quien votes no le des el Congreso, los gobernantes necesitan contrapesos”.
El pueblo votó y le dio todo, literal, un cheque en blanco. Y esto el Presidente López Obrador lo interpretó como un voto a su persona y no como un voto de castigo a los que habían abusado del poder.
Es imposible no estar de acuerdo con el diagnóstico que nos presentó López Obrador en su libro “2018 la salida” (planeta 2017), donde nos dice: “En México los gobernantes forman parte de la principal pandilla de saqueadores que opera en el País; el Estado se ha convertido en un mero comité al servicio de una minoría rapaz… la crisis en México no podrá enfrentarse sin cortar de tajo con la corrupción y la impunidad. El poder político y el económico se han nutrido mutuamente”.
Cualquiera medianamente informado sabe que esto es totalmente cierto; y que en el sexenio de Salinas de Gortari se creó a uno de los hombres más ricos del mundo a través de convertir un monopolio público (Telmex) en monopolio privado.
AMLO insiste que en su gobierno “se predicará con el ejemplo” y que se integrará con personas de “inobjetable honestidad”, por lo que éste “dejará de ser una fábrica de nuevos ricos”.
Se compromete a que exista disciplina macroeconómica y fiscal; y señala “que es fundamental la intervención pública para reactivar la economía y generar empleos, sobre todo después de un largo periodo de recesión… El Gobierno cuenta con instrumentos suficientes para hacer posible la convergencia de los sectores público, privado y social para el desarrollo del País. Esta cooperación estrecha es el principio básico para construir una economía fuerte y una sociedad más justa. Todos somos indispensables para hacer realidad el progreso con equidad que se requiere”, concluyó AMLO.
López Obrador en su campaña nos dejó por escrito lo anterior, al tiempo que nos invitó a integrar un frente amplio e incluyente donde todos cabíamos en el rescate del País. Sin embargo, una vez que López ganó arrolladoramente, se olvidó de todos y del “nosotros” para ser solo él; se olvidó de la palabra empeñada por escrito para convertirse en demagogo e incongruente; se olvidó de la unidad nacional y polarizó a los mexicanos entre buenos y malos, donde los buenos son él y sus aplaudidores, y los malos sus críticos; se olvidó de fortalecer instituciones para destruirlas y concentrar el poder en su persona; se olvidó del perdón y cobró venganza; se olvidó del diálogo y estableció el monólogo.
A dos años de la elección me siento traicionado, aunque muchos me dirán: “te lo dije”.