Editorial
El anunciado regreso a la “nueva normalidad” no ha sido tal, después de “curvas aplanadas”, “semáforos epidemiológicos” y “municipios de la esperanza” todo sigue más o menos igual.
La emergencia sanitaria que se vive “a la mexicana” es igual que al principio: una en el discurso y otra en las calles y los hogares mexicanos.
Nuestras autoridades toman el micrófono todos los días, mañana y tarde, para elaborar detalladas teorías, mostrar cifras irrefutables y prometer un “ya casi”, para después solicitar que todo siga igual.
Y del otro lado de las pantallas, los mexicanos tenemos nuestra propia forma de llevar al cuarentena: solo cuando se puede, mientras no nos llame alguien a una fiesta “privada”, “de pocas personas”, o solo si se trata de estar en casa mientras le paguen a uno el cheque cada quincena.
La verdad es que pocos mexicanos han respetado la cuarentena como debe ser, ni siquiera los funcionarios encargados de promoverla, ellos son los primeros en violarla y en andar regañando gente que anda la calle.
El Gobierno federal ha encabezado el gran operativo, para después delegarlo en los gobernadores y finalmente para retomar el liderazgo, pero en medio de todo hay una sensación de que todo se queda en medidas de aire, porque en el interior de México lo único que se materializa el virus.
Se suponía que el 1 de junio veríamos el inicio de una reapertura, pero acaso ha sucedido en la Ciudad de México, el epicentro del poder y de la mayoría de los contagios, mientras acá seguimos de espectadores de una pandemia que parece que no es nuestra, salvo cuando el contagio golpea a un conocido.
Suponemos que viviremos otro mes en cuarentena o una vida, no queda muy claro, porque a pesar de los miles de discursos todo se resume en seguir en casa, esperando a que aparezca una vacuna que ni siquiera estamos fabricando.