@oscardelaborbol
SinEmbargo.MX
Mi trabajo está relacionado con lo que sé y con lo que sé hacer, y más con esto último, pues no soy un erudito y sí un escritor. Lo que sé -poco realmente- lo lanzo como un anzuelo todo lo lejos que me permite el hilo del lenguaje, y por ello las frases que armo saben más que yo, olfatean mejor que yo, recorren los recovecos fractales de las cosas y, a veces, para asombro mío, descubren asuntos que no sabía que sabía. Entre otros motivos esta es la razón profunda por la que me gusta escribir: aprehendo, descubro y aprendo.
Pero, me digo, escribir no es más que el residuo físico que deja el pensamiento, un mero registro de lo que, literalmente, “se me ocurre”. Pero no es así, pues lo que en efecto sucede es que al escribir, al escribirlo, provoco que se me vaya ocurriendo: mi cabeza no funciona sin mis manos: no concibo la idea y la desarrollo mentalmente, sino que doy a luz la idea cuando las palabras que salen de mis manos me la muestran. Y otro tanto ocurre cuando hablo: no sé lo que voy a decir, me entero cuando escucho mis palabras, o sea que tampoco podría pensar sin mi lengua, sin mis cuerdas vocales.
De hecho, para pensar me hacen falta no sólo mi cuerpo, sino la realidad que me circunda: el papel y la pluma, el aire donde suenan mis palabras, la mesa donde apoyo el papel, el piso donde se planta la mesa, la fuerza de gravedad de la Tierra que mantiene el aire que respiro y que lleva el oleaje de mi voz hasta mis tímpanos. Para pensar, de hecho, me hace falta la concurrencia de todo. No sólo soy un ser en-el-mundo, sino con-el-mundo.
La gran clave está en la materia prima de mi oficio: el lenguaje. Porque si, en verdad, formo uno con todo lo que existe es gracias al lenguaje, pues por él me es posible discernir las partes de ese todo; es el lenguaje el que dice “yo”, y al nombrarme me aísla, y es también el lenguaje el que me hace comprender que no podría pensar si no estuviera integrado con todo.
¿Qué ingredientes acuden cuando escribo para que vaya eslabonando las palabras? Están mi pensamiento, mis manos, lo que sé, lo que intuyo; pero también está la lectura del otro: quiero darme a entender, y por ello, es inevitable que los demás también influyan en lo que mis manos van dibujando en el papel o tecleando en la pantalla. Están los otros y lo que los otros saben y sueñan y quieren y sufren y ven. También por esta ruta descubro que cuando escribo acude en pleno la realidad. Y entonces lo que escribo es la redacción de todos deformada por mis manos, filtrada por lo que mis manos pueden al forcejear con el lenguaje.
Retrocedo un momento, releo lo que acabo de escribir y me quedo sorprendido descubriendo lo que se me ha ocurrido, lo que me ha ocurrido. Nada de lo que he escrito esta mañana lo tenía prefigurado o pensado. Es tan sólo lo que quisieron escribir mis manos acompañadas por todo lo demás.