Combatir el contagio de Covid-19 es solo uno de los poderes de la ansiada vacuna en el mundo; es tal el deseo de conseguirla, que la pequeña dosis con el virus atenuado ha alcanzado un valor incalculable.
De ahora en adelante cada segundo importa, los países que tarden más tiempo en conseguirla, las comunidades que se demoren en administrarla, sufrirán los estragos del virus sin capacidad para defenderse de él.
El mundo se ha dividido ya no en sistemas políticos o capacidades económicas, la nueva división ubica a cada País en su relación con la vacuna.
En un primero y reducido grupo tenemos a los países capaces de producirla, apenas un puñado, después tenemos a los que pueden y esperan comprarla, y en un enorme y tercer grupo se encuentran los que no pueden comprarla y se encuentran a merced de la caridad de los países u organizaciones que puedan proveerlos de manera gratuita.
Al principio de la pandemia, y cuando la vacuna era solo un proyecto, el mundo imaginó que la vacuna se repartiría de manera equitativa, pero en el momento en que pudo ser producida los países poderosos la acapararon inmediatamente. Nada nuevo, la naturaleza humana en su mejor expresión.
Ahora, el impacto de contar o no con la vacuna tendrá implicaciones impredecibles, zonas completas del mundo podrán llegar a ser consideradas “zonas de riesgo”, con la discriminación que esto implica.
Además, los gobiernos locales que han puesto todas sus esperanzas en la llamada “salvación” del mundo tendrán que dar explicaciones cuando la vacuna no llegue, o simplemente no lo haga a tiempo, como es el caso de México.
Todavía hay muchas implicaciones que ni siquiera podemos imaginar, como la posibilidad de una variación del virus que haga inefectivas a las vacunas, o la posibilidad de que estas pierdan efectividad con el tiempo.
El futuro aún es impredecible cuando hablamos de un virus que colonizó al mundo.