Covid-19 y el tapiz del Día del Niño
Cuando el jefe de la estrategia nacional contra el coronavirus, Hugo López-Gatell, salió el viernes a decir que ya pasó en Culiacán el pico más alto de pacientes infectados, es porque ya tenía a la mano la explicación perfecta por si acaso se volvía a equivocar. La gente que salió a la calle el 30 de abril a comprar pasteles, pizas, sushis y hamburguesas sería la culpable y nunca el Gobierno federal ni el estatal, sobre todo el segundo, que no previó ni actuó para contener u ordenar el flujo de fervientes celebrantes del Día del Niño.
Fue el golpe seco que quebró al componente ciudadano, el único que ha funcionado en la emergencia de salud. Los culiacanenses malvados, inconscientes, que ojalá se contagien por negligentes, que arrebataron el título de los más estúpidos del mundo, que se vieron como neandertales peleando agasajos para sus proles. No fue el Ayuntamiento y sus inspectores, ni el Gobierno del Estado y sus verificadores, ni la Dirección de Protección Civil, ni la Comisión Estatal de Prevención de Riesgos Sanitarios. ¿Quién mató la curva descendente del coronavirus? Los pasteleros, señor.
Más que la guerra por la harina, quedó evidenciada la conflagración para deshacerse de las culpas. Entonces, con tan frenéticos habitantes, que se cierre todo. ¡Ay de aquellos que creyendo que esto ya está acabando visiten las tumbas de sus madres, sean de los románticos que aún les llevan flores a sus muertos, o pongan en peligro la vida de sus progenitoras al inducirles comas diabéticos mediante pastelillos!
Así se acuñó el crimen y castigo del Día del Niño. Esa fecha que creímos se quedaría enterrada en el confinamiento domiciliario redundó en la sospecha de que en realidad las autoridades, desde el Presidente hasta los gobernadores y alcaldes, carecen de un plan para cada etapa de la pandemia, a no ser el mismo de la reacción por reflejo de preparar hospitales, comprar equipo médico, dar informes diarios, abastecer de indumentarias al personal médico y exigir que los mexicanos con sus fallecidos o contagiados nos demos por bien servidos.
La realidad, esa que se quiere ocultar tras cifras rezagadas, un sistema de salud devastado, exceso de confianza y declaraciones que tienen como fin retrasar u ocultar las ineptitudes, salió a relucir en unas horas con el llamado “jueves del pastelazo”: el SARS-COV2 que el 8 de diciembre de 2019 apareció en China y hasta el 28 de febrero de 2020 fue detectado en el México, le otorgó al País suficiente tiempo para organizar la logística sanitaria. Y el gobierno no hizo ni hace lo adecuado.
Con mentiras y cuentas alegres que respiran con la misma agitación de los infectados, ajustes estadísticos donde los muertos aparecen días después de acaecidos, y el desquiciamiento de la operación hospitalaria a tal nivel de que los médicos y enfermeras pasan a ocupar las camas de los pacientes, ahora preparan el desenlace igual o más tramposo. “Se los dije. A México no le iría tan mal con el coronavirus”.
Por ello, al día siguiente de que López-Gatell dio la “buena noticia” de que Culiacán había pasado tres días antes por la cumbre de la enfermedad y es posible que empiece a notar la estabilización y reducción en casos hospitalizados en terapia intensiva, el Secretario de Salud de Sinaloa, Efrén Encinas Torres, hizo tronar dicha burbuja de optimismo al advertir que tales proyecciones podrían caer con el rompimiento de la cuarentena el Día del Niño. ¿Ya ven, golosos y compulsivos clientes?
¿Cómo sienten sus conciencias voraces pasteleros, pizeros, susheros y hamburgueseros? Las redes sociales y sus juicios sumarios ayudaron a que los gobiernos estatal y municipales se lavaran las manos: Ojalá que les cierren sus negocios, que despidan a todos sus trabajadores, que se sumen al hoyo hondo al que va la economía sinaloense, que las autoridades les clausuren, que sus grandes, pequeñas o medianas empresas no reciban los apoyos del gobierno. Inclusive ojalá que el Día de las Madres nadie les compre ni siquiera un bollo.
Nadie se acuerda de cómo llegamos a esto. Del Presidente que fue el primer desobediente de las indicaciones para evitar la propagación, de los “detente” que ofreció como escudo contra los contagios, del desmantelamiento del sistema de salud en Sinaloa encabezado por Ernesto Echeverría Aispuro que fue premiado con toda la impunidad posible, de la imposibilidad del Gobierno estatal de contener solo el Covid-19 y la intervención emergente del sector privado para paliar los efectos, de los contagiados y muertos que se guardaron en el baúl de la opacidad para sacarlos a relucir cuando fuese conveniente. Nadie recuerda ya porque el Día del Niño vino a dar pretextos nuevos.
Hoy, con un México que rebasa los 2 mil muertos, 20 mil contagios confirmados y los 14 mil sospechosos por coronavirus, y un Sinaloa que va aprisa hacia los 200 fallecimientos, supera los mil confirmados y la mitad son activos, deberíamos preguntarnos, sin más autoflagelaciones, si los celebrantes de los niños y de las madres somos en verdad los culpables de la crisis de salud que no estamos superando sino posponiendo el impacto más demoledor y definitivo. Ya que somos los modernos Torquemada interroguemos quizá como última voluntad de una sociedad que por iniciativa propia quiere ir a la hoguera.
Reverso
El gobierno y la turba,
Te hemos encontrado culpable,
Por no aplanar la curva,
Tú, pastelero abominable.
Comer, ayudar, crecer
Con el Chef Miguel Taniyama al frente, los restauranteros han sabido agradecer a los trabajadores de la salud la entrega durante la actual emergencia por coronavirus. Al acercarles alimentos a médicos, enfermeras y trabajadores en general de los hospitales, así como a los huéspedes de los dos hoteles que el Grupo Coppel habilitó como albergues para los héroes de batas blancas, se escribe un capítulo que hace crecer la proeza donde la sociedad hace lo que el gobierno no.
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