Si nos preguntáramos cuál de los valores heredados de nuestros padres y abuelos está más gastado o devaluado, creo que una gran mayoría contestaría que es nuestra capacidad de compromiso. Parecería que todo mundo piensa que hay que flotar en el éter de una sociedad adormecida para poder sobrevivir.
Antiguamente nuestros abuelos hacían un trato que sellaban con un apretón de manos, lo cual significaba un compromiso férreo.
El honor y la reputación se medían por la palabra del individuo, la cual no cedía ni aun ante la muerte. Las amistades eran compromisos de por vida que jamás se traicionaban. El amor se juraba por toda la eternidad. La lealtad era una de las grandes virtudes reconocida por amigos y enemigos. El hombre que se preciaba de serlo no obedecía por miedo o interés, amistad o amor; siempre, siempre lo hacía por convicción.
Hoy, quizá por la velocidad con que cambian las circunstancias debido a la ciencia y la tecnología, a la comunicación social y las presiones políticas, el individuo ha olvidado aquella máxima que nos dice que el hombre sólo se realiza o se forma como persona en la acción a través del compromiso.
Lo anterior está formando una juventud amorfa que no sabe comprometerse consigo misma, fijarse metas, tener ideales ni tampoco comprometerse con los demás. La juventud de hoy ha aprendido que el “inteligente” es el escurridizo y el demagogo; el “cuentero” y el “rollero” sabe que para pasarla bien hay que alabar al poderoso y ser servil; jamás decir lo que piensa (para no comprometerse), sino lo que otros quieren oír. Y como consecuencia se van perdiendo las libertades.
Hago esta aseveración porque libertad y responsabilidad son términos correlativos y no se puede ser libre si no se es responsable, y viceversa.
Como son muchos los que rehúyen el compromiso y las responsabilidades, la libertad que debe ser una conquista diaria del ser humano, se va perdiendo, se va cayendo en una forma de terminismo en el cual las personas dejan de serlo y se convierten en borregos.
¿Cómo venderle a más mexicanos el deseo de ser causa en lugar de efecto? La historia de una nación la hacen los hombres comprometidos con su familia, con su sociedad, con sus empresas, con su patria. La felicidad se alcanza cuando se tiene la satisfacción del deber cumplido, cuando se ama y se siente amada la persona. El amor es entrega y donación de uno mismo. Si no somos capaces de comprometernos ¿cuál será la donación que estaremos haciendo?
La famosa crisis que padecemos es producto de una sociedad despersonalizada que rehusó el compromiso de autogobernarse y dejó que los mediocres y los tibios, los derrochadores y los corruptos, ejercieran su liderazgo para llevarla al caos.
¿No habrá llegado el tiempo en que más mexicanos dejen de ser oportunistas y se comprometan con nuestra patria?
Miércoles 5 de octubre 1983