@oscardelaborbol
SinEmbargo.MX
Cuando olvido un recuerdo y algo o alguien me hace reparar en esa falta, siento pena, pues comprendo que lo que fue ya no se conserva en ninguna parte. Literalmente el olvido es la aniquilación del pasado. Y esa pena se agrava cuando no se trata de un olvido cualquiera: el nombre de una persona que conocí incidentalmente o la línea de un verso que solía venir a mi memoria. Mi aflicción es profunda cuando lo perdido era realmente importante: un amigo, un romance, un viaje; experiencias vívidas que marcaron mi vida y que ahora, en cambio, son un hueco imperceptible en mi pasado.
El olvido devora hasta los huesos, pues no es tan solo ese hueco que deja un edificio cuando se derrumba y del que siguen ahí sus escombros como un recordatorio de lo perdido, ni el predio vacío que deja chimuela una calle. El olvido no es tan solo algo extraviado en un baúl y que uno busca inútilmente, porque el olvido hace desaparecer el baúl y la habitación donde estaba el baúl y la casa donde quedaba esa habitación. Con el olvido el espacio mismo se colapsa y se produce una sutura tan fina que la cicatriz se vuelve invisible.
Aquella persona que estuvo con nosotros y que había quedado atrás en el tiempo y que la visitábamos de vez en cuando evocándola, es rematada por la desmemoria. Y seguimos como si nada, sin darnos cuenta, como si todo siguiera igual, intacto, pero definitivamente ya no está ni siquiera ayer, ya no es lo que fue ni “lo sido”, sino la pura nada.
Me da pena esa nada, pues no sólo la nutro yo, la alimentamos todos, y aunque algunos indicios pudieran quedar en los libros (yo he atesorado recuerdos cifrados en los míos), a veces, se pierde la clave, la llave, la puerta y la casa donde estaba la puerta, y lo que fue se hunde sin salvación ninguna.
Y la biografía personal y la biografía humana, la historia, se van desgajando como esos enormes bloques de hielo del continente Ártico que se desploman y se disuelven en el agua, aunque, en nuestro caso, sea en la nada.
La primera pérdida -pues ni memoria había- fue la infancia temprana; la siguiente, las experiencias poco significativas: la vida cotidiana que no tiene nada de relevante, y luego todo lo que va quedando a la distancia hundido en la perspectiva de los años. La memoria es un esfuerzo vano por retener lo que ocurre, lo que nos ha pasado: nuestra vida. Con el olvido comprendemos que éramos nada, que seremos nada, y ni siquiera una nada enamorada como mintió
Quevedo.
Solo aquí y ahora, me digo, y me afianzo al presente reparando en todos sus detalles, como para memorizarlos, y los repito una y otra vez para que la vida no se me olvide, al menos, mientras esté ocurriendo.