En teoría cualquier persona razonablemente decente tendría que estar de acuerdo con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. En teoría, insisto. ¿Quién podría estar en contra de un soberano obsesionado por combatir la corrupción, quitar el boato a los usos y costumbres de los políticos y el gasto suntuario a los funcionarios, rendir cuentas durante dos horas al día, eliminar los chayotes de la prensa, quitar prebendas fiscales a las grandes empresas abusadoras, mejorar o intentar mejorar el poder adquisitivo de los pobres? ¿Cómo no coincidir con las premisas de un gobierno que intenta hacer un cambio a favor de la justicia social sin nacionalizar empresas privadas, sin endeudar las finanzas públicas, sin engrosar el gasto público y las filas de la burocracia, sin desestabilizar a la sociedad en su conjunto?
Son banderas en las que casi todos los mexicanos coincidirían y, sin embargo, muchos están en desacuerdo y no son pocos los que dicen arrepentirse de haber votado por él.
Se entendería, desde luego, si López Obrador se hubiese comprometido a luchar por estos objetivos y luego los hubiese abandonado, pero no es el caso. Por el contrario, se le puede acusar de muchas cosas pero no de haber traicionado sus obsesiones.
¿Por qué entonces el Presidente produce verdadera urticaria en tantos ciudadanos que no necesariamente estarían en contra de un gobierno que busca una sociedad más justa, honesta y equilibrada?
Permítaseme un paréntesis antes de continuar: no hablo de los que ideológicamente siempre han estado en contra de sus posiciones; aquellos que creían que México iba bien, salvo algunas taras que desaparecerían con el tiempo cuando ingresáramos al primer mundo, incapaces de ver que en el modelo que seguíamos no cabía la mitad inferior de México y que la situación para los de abajo se había hecho insostenible. Hablo de los que entendían que el país necesitaba un cambio urgente, pero ahora no están de acuerdo con la manera en que se está llevando a cabo.
Y no obstante, es un cambio que está en marcha. ¿Dónde se descompuso el engrudo?
Entiendo que hay decisiones polémicas de parte de López Obrador, desde la clausura de un aeropuerto en construcción hasta la rifa forzada de un avión sin avión, la construcción de una refinería a contrapelo de lo que dicen los especialistas y un largo etcétera. Pero cualquiera de esas medidas palidece frente a la corrupción sistemática de administraciones anteriores, el gasto suntuario, la compra de refinerías chatarra, los abusos faraónicos de los gobernadores, el desvío de fondos de salud y un largo ,y ese sí, infame etcétera. Y sin embargo a Peña Nieto en el mejor de los casos se le desprecia, a López Obrador se le odia. ¿Por qué? ¿Porque está transfiriendo masivamente recursos a los pobres? ¿Porque está combatiendo a la corrupción? No, lo execran por el modito, para decirlo en sus propios términos. Es su estilo, sus desplantes verbales, sus provocaciones, ocurrencias y acusaciones lo que verdaderamente les produce ronchas.
Por alguna razón el Presidente eligió construir la 4T dinamitando la relación con muchos que no eran sus enemigos, o al menos no todos. Sociedad civil, grupos ecológicos, movimiento feminista, intelectuales, científicos, medios de comunicación y muchos empresarios. Una y otra vez el patrón es el mismo, tres ejemplos:
1. El subsidio a guarderías. Entregar los recursos directamente a los usuarios en lugar de pasar por intermediarios es un argumento poderoso, había modos de transitar a ese esquema involucrando incluso a la sociedad civil; en lugar de ello se hizo en medio de una batalla narrativa en la que se acusó a las organizaciones de corrupción y abuso metiendo a todos en el mismo saco.
2. El movimiento feminista. Las banderas de la liberación femenina por lo general van a contrapelo de las posiciones de la derecha doctrinaria opuesta al aborto y a la tolerancia sexual y a favor de un papel tradicional de la mujer. Sin embargo, López Obrador se las arregló para enajenar al movimiento en contra suya. Ni siquiera se trataba de una disputa por alguna política pública en juego. El Presidente se peleó con las mujeres por las simples ganas de pelearse. Su excusa, “es que siempre digo lo que pienso”, resulta poco convincente cuando vemos la manera en que concilia o hace las paces con las televisoras, con Javier Alatorre, con Trump o con los grandes oligarcas que están en su consejo empresarial.
3. El plan de rescate frente a la crisis de la pandemia. En lo personal coincido totalmente con el Presidente cuando dice que la prioridad debe ser la protección del 70 por ciento de la población más pobre en la tragedia económica que nos ha caído encima. Más aun, me parece un hito que por vez primera se busque que el desastre no se cebe en los más desprotegidos, como siempre ha sucedido. Pero no entiendo la necesidad de pelearse contra el otro 30 por ciento y los esfuerzos que hagan por tratar de salir adelante; sobre todo si consideramos que en las medianas y grandes empresas trabajan muchos a los que el Presidente quiere ayudar. Bastaba con decir a los empre sarios “mi responsabilidad es proteger a lo pobres, pero adelante, busquemos formas que, sin distraer recursos vitales, permitan poner en marcha la planta productiva”. En lugar de eso, parecieron incomodarle las distintas iniciativas tomadas por el sector privado, como si hubiese algo vergonzoso en toda estrategia encaminada a cuidar sus negocios.
Siempre he pensando que en López Obrador hay un estadista permanentemente boicoteado por el luchador martirizado que lleva dentro. Un hombre que tiene tanto tiempo batallando contra un sistema injusto, que ya no sabe funcionar sin invocar rivales, reales o construidos. Es una lástima porque muchas de sus banderas tenían posibilidad de arrastrar a gran cantidad de actores sociales y económicos que hoy operan en su contra. Al Presidente que llama a la concordia, al amor y la tolerancia, lo torpedea el pendenciero que todos los días señala las intenciones aviesas de sus adversarios.
No se me malinterprete; prefiero con mucho a este Presidente que a cualquiera de los anteriores y me sigue pareciendo un milagro político que haya llegado a Palacio un hombre decidido a hacer algo por los que menos tienen, en este nuestro país tan ingrato y desigual. Pero cada que lo escucho despotricar contra alguien en las Mañaneras no puedo evitar preguntarme ¿por qué hacerlo tan difícil pudiendo hacerlo más fácil?