Rafael Morgan Ríos
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Este año 2020 hemos caído en lo que se llamaría “el peor de los mundos”, pues coincidieron a nivel internacional cuando menos tres factores: una pandemia, la caída en los precios del petróleo y el problema de la migración.
Las consecuencias de la pandemia todavía son incalculables, pues además del aspecto de la salud, se está ralentizando y hasta deteniendo la economía con efectos terribles en el empleo, los ingresos personales y familiares, así como en los ingresos públicos. Pero además, se inició una guerra petrolera entre la OPEP y Rusia por el control del mercado petro-energético, que desplomó los precios a niveles que se tenían a fines del siglo pasado; el otro gran productor, Estados Unidos, ha incrementado su producción de crudo a niveles de más de 10 millones de barriles diarios y tenía saturados sus inventarios. El resultado ha sido un exceso en la oferta del crudo y un desplome en los precios, que se ha aunado a la caída en la demanda motivada por una pandemia que detiene la vida productiva y económica de empresas, personas y países, con lo que la crisis de salud está incrementando una crisis en la economía y esto a su vez, limita los recursos para atender las necesidades de salud.
Todo lo anterior golpea directamente a México pues la enfermedad ya nos llegó, la producción se está deteniendo y la economía está entrando a una recesión por el cierre obligado de negocios, por la falta de empleo y por la falta de ingresos a empresas, personas y gobierno. Se había pensado que la aprobación del T-Mec ayudaría, pero la mera verdad, el TLC tenía mejores condiciones que el nuevo Tratado, ya que este impone una serie de obligaciones adicionales a México, difíciles de cumplir en cuanto a salarios de los trabajadores, así como en la cantidad de componentes de origen extranjero en el producto final de exportación, además de las sanciones que se aplicarían si no se cumple la regulación del tratado.
Habría que agregar los propios problemas internos, como el aspecto migratorio, pues se están recibiendo en México miles de extranjeros que esperan visa de Estados Unidos, migrantes que dependen de lo que el Gobierno les dé en alojamiento, comida, medicinas y transporte; todavía existe el hacha sobre el cuello de México en cuanto a los aranceles que puede aplicar Trump en nuestras exportaciones a ese país, si no se cumple como “país seguro” para detener, retener y contener la migración, tanto nacional como de otros países, o si no se logra cierto “equilibrio” en exportaciones e importaciones entre México y Estados Unidos.
Tenemos además, una economía tambaleante que está perdiendo niveles de calificación ante las calificadoras internacionales; un Pemex quebrado, sin producción suficiente y con precios del crudo inferiores a su costo de producción; una iniciativa privada que no invierte y por lo tanto no crea empleos, pero, además, obligada a cerrar ante la pandemia; un gobierno que no convoca, que no une, sino que ataca y no reconoce la necesidad de mantener funcionando la planta productiva al mejor nivel posible; un sector turístico que está entrando en quiebra; las remesas, que tanto ayudan, tendrán que disminuir ante el cierre de los trabajos en Estados Unidos, pues allá, simplemente dan de baja a los trabajadores eventuales y, con mayor razón, a migrantes e indocumentados, que son la fuente principal de las remesas a México.
Finalmente, tenemos un gobierno que parece no entender la profundidad y la gravedad de lo que estamos viviendo. Apenas anuncia que para el 5 de abril presentará su plan de economía y salud, pero ya ha gastado en subsidios parte de las supuestas “reservas” que tiene por 400 mil millones de pesos, cifra que nadie encuentra y que el propio Secretario de Hacienda no menciona, máxime ahora que, con la caída en el precio del petróleo, el propio Pemex no podrá aportar, sino que al contrario, va a requerir más recursos; las reservas que se tienen no alcanzarán ni de lejos, excepto que se quiera echar mano de las reservas en dólares o que se quiera utilizar la línea de crédito de contingencia que tiene México en el FMI (que este gobierno la disminuyó en 20 por ciento) o la línea swap concedida últimamente por la Reserva Federal de Estados Unidos.
Con un gobierno que no une, que cuenta con poca credibilidad y con tan limitado campo de acción, pareciera que, después de la crisis de salud, nos quedaría un México en recesión, con violencia todavía incontrolable y con división entre empresarios, trabajadores y gobierno, por lo tanto, con un incierto futuro.