Editorial
La delincuencia organizada no puede existir sin impunidad, en México se aprende a ser delincuente desde muy joven, pero antes de cometer cualquier delito se aprende que un delincuente difícilmente va a ser castigado por sus delitos.
Y lo que es peor, los delincuentes pronto se dan cuenta que aún siendo atrapados, la justicia se encuentra al servicio del mejor postor, por lo tanto, un delincuente con dinero siempre, o casi siempre, podrá evadir la justicia.
Sin la impunidad no entenderíamos la existencia de los cárteles del narcotráfico, de secuestradores y extorsionadores que se hacen viejos cometiendo delitos.
Es cierto, la mayoría de ellos son conocidos por las autoridades, no podemos dejar de reconocer que la policía sigue haciendo su trabajo, el problema es que los castigos jamás se aplican.
Y si la impunidad es capaz de motivar cualquier conducta delincuencial, pronto los responsables de administrar justicia también aprenden el juego y comienzan a hacer negocio con la parte que les toca.
México se ha convertido en un País donde se puede asaltar, robar, vender cualquier cosa, secuestrar, desaparecer y hasta robarle al propio gobierno, desde afuera y, claro, desde adentro.
Y el problema es que ya nos acostumbramos a aceptar la existencia de la impunidad como si fuera algo natural.
O si no, explíquese ¿cómo es posible que un reportaje de un diario nacional como Animal Político y Noroeste, que descubre los caminos de la corrupción de cientos de personas, apenas sí haya provocado la reacción de las autoridades?
